«Los espíritus inmundos gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”, Él les prohibía que lo diesen a conocer».
(Marcos 3, 7-12)
La bondad y el poder sanador de Jesús atraían muchedumbres que de todas partes acudían a Él. Eran tantos los que se amotinaban en torno a Él, que todos los que sufrían alguna enfermedad querían tocarlo y hasta se le echaban encima porque el contactó con El los sanaba.
También los espíritus inmundos se postraban ante El gritando: Tú eres el Hijo de Dios: pero El les prohibía que lo diesen a conocer porque no había llegado todavía la hora establecida por el Padre. Será reconocido como Hijo de Dios cuando entregue su vida por nosotros en la cruz; y era esto lo que el enemigo quería evitar a toda costa.
Una vez resucitado Jesús es el Señor y recibe del Padre todo poder en el cielo y en la tierra. Y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo que nos participa su vida divina. En Jesús nosotros llegamos a ser lo que El es Hijos amados e Dios.
Reflexionemos:
¿Lo crees de todo corazón? ¡Cristo habita en ti! ¿Lo has aceptado en tu vida y quieres que El viva en Ti? ¿Qué esperas?
Oremos:
Gracias Jesús porque eres nuestro hermano y nuestro salvador; ayúdanos a confiar en ti sin reservas y a mantener abierto nuestro corazón a amor y tu misericordia. Amén.
Recordemos:
Toca con tu fe a Jesús hoy y permite a Él sanar esa área de tu vida que todavía te esclaviza, Él sólo quiere que tengas fe y te cobijes con su manto de misericordia.
Actuemos:
Cada día renuevo mi confianza para que cuando llegue las dificultades y sufrimientos mi corazón este firme en el Señor.
Profundicemos:
Quizás nos hallemos perdiendo tiempo y dinero buscando la solución donde no es. Jesús es el Médico por excelencia, por eso acerquémonos confiadamente, y con fe para alcanzar su favor. Él quiere sanarnos integralmente en nuestro cuerpo, alma y espíritu.