Isabel llena del Espíritu Santo exclamó…: “¡Dichosa eres tú, que creíste que se cumpliría lo que el Señor te anunció!”.
(Lucas 1, 42)
El evangelio de hoy es un canto de fe y de esperanza por las maravillas con las cuales Dios lleva a cumplimento sus promesas. Después del grandioso momento de la anunciación, María, que lleva ya en su seno virginal al Hijo de Dios, corre solicita a la casa de Isabel su prima que está encinta y necesita de su ayuda.
El saludo y la entrada de la Virgen madre en la casa de Isabel, hace acontecer el primer Pentecostés de nuestra fe cristiana: los que allí estaban quedaron llenos del Espíritu Santo: Al escuchar el saludo de María y percibir la presencia del Hijo de Dios que ella lleva en ser, Juan salta de gozo en el seno de su madre, y ella movida por el Espíritu Santo canta con gozo lo que Dios le ha dejado comprender: ¡De donde a mi tanta gracia que la madre de mi Señor venga a mí? Dichosa tú, que creíste que se cumpliría lo que el Señor te anunció!”. Y la virgen madre, responde proclamando las maravillas que Dios realiza en nuestra pequeñez humana.
La fe de María permitió que Dios se revistiera de nuestra carne y pusiera su morada entre nosotros. ¡Este incomparable misterio de amor comenzó en María, resplandeció en la vida de Jesús; y gracias al Espíritu Santo, continúa en nosotros que tenemos la dicha de conocerlo y seguir sus pasos. ¡Qué alegría Hnos., todos estamos llamados como María, a dar al Hijo de Dios nuestra carne y permitir que Él prolongue en nosotros su filiación divina y su entrega de amor.
Reflexionemos:
¿Lo creo de todo corazón? ¿Acepto la voluntad de Dios que me es revelada en su Palabra y en los que viven a mi lado? ¡Señor aumenta mi fe!
Oremos:
Gracias Padre por el don incomparable del Espíritu Santo, que nos lleva al encuentro con Jesús nuestro Señor y Salvador; en Él somos tus hijos amados. Ayúdanos a prepararnos a su próxima venida con un corazón purificado y dispuesto a vivir como Él tu hijo predilecto, nos ha enseñado. Amén.
Recordemos:
Glorifica mi alma al Seños y mi espíritu exulta en Dios mi salvador porque ha mirado la pequeñez de su esclava. Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Su Nombre es santo!
Actuemos:
Recuerdo los momentos difíciles vividos en este tiempo; reconozco las cosas buenas que a través de ellos han llegado a mi vida y con profunda gratitud doy gracias a Dios.
Profundicemos:
“No le falta a María ni la fe de los Patriarcas, ni la esperanza de los profetas, ni el celo de los apóstoles, ni la constancia de los mártires, ni la templanza de los confesores, ni la pureza de las vírgenes”. San Bernardo