18 de abril

“Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna” 

(Jn 6, 44-51)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

La multitud, que ha mantenido esta larga tensión de encuentro con Jesús desde la multiplicación de los panes, es ahora invitada a vivir el misterio de lo que como Iglesia vivimos y celebramos, el don de la Resurrección, condición propia del tiempo pascual. La experiencia del discipulado se fundamenta en la condición de filiación que vive el Padre y el Hijo, y la Resurrección ilumina el misterio de este pan de vida que sacia todo hambre. De ahí, que el permanecer en ese alimento que no perece se da solo por la acción de la atracción del Padre hacia su Hijo: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”.

En la experiencia de las relaciones humanas que se tejen entre nosotros, esta condición es esencial, nadie cultiva relaciones profundamente significativas si no se siente atraído, es decir, amado; en esta realidad radica la experiencia fundamental de atracción del Padre y del Hijo. El pan de vida, dado en la Eucaristía, es el alimento que cotidianamente se nos da, sin embargo, la atracción y la permanencia no solo viene dado por la condición del pan de vida, sino que ha sido dada desde siempre y para siempre: “El que cree tiene vida eterna”.

La memoria del pan que Moisés proveyó a su pueblo en el desierto es la imagen traída por el evangelista Juan para enseñarle a la multitud como Jesús es el pan de vida, y quien come de este pan no muere porque le aguarda la esperanza de la Resurrección; a diferencia del pueblo de Israel, que buscó el pan para saciar su hambre física en el paso del desierto y al llegar a la tierra prometida olvidó la alianza, las palabras de Jesús: “El que coma de este pan vivirá para siempre” buscan enseñar a la comunidad  como él es el pan de vida porque ha dado su vida: “… y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”.

 

Reflexionemos: La imagen evocada hoy en el texto del Evangelio recuerda el pan del maná, alimento del desierto dado por Moisés al pueblo que aguardaba la liberación y el pan de vida en la persona de Jesús. En la praxis de nuestra vida cristiana es preciso preguntarnos, ¿cuál alimento buscamos?, ¿el maná del desierto o el pan de vida dado por Jesús?

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, el pan de vida dado en el don de la Eucaristía es la gracia que mis ojos contemplan. Que al comulgar de los dones de tu mesa mi alma aguarde el misterio del pan como el alimento de mi existencia y destello de la eternidad gozosa. Amén.

 

Actuemos: Cada vez que celebro la Eucaristía, ¿creo que Jesús es el pan de vida, o solo comulgo con el maná del desierto?

 

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