16 de abril

“No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo” 

(Jn 6, 30-35)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Después del signo de los panes, es la multitud la que se atreve a preguntarle a Jesús por los signos que hace, le reconoce como profeta por sus signos y sus palabras, pero a la vez no cree en él, desean ver y conocer su obra.

A la multitud le es familiar el relato del Éxodo, de la tradición veterotestamentaria, en la que Dios se había manifestado a su pueblo con el maná, camino hacia el Sinaí, cuando incluso el pueblo se atrevió a reclamarle a Moisés el haberlos sacado de Egipto, donde tenían un pan que saciaba su hambre física, pero no colmaba la plenitud de su libertad en la que la eran esclavos.

En la plenitud de los tiempos, este pan que había saciado y colmado el hambre del desierto, había llegado a ser el pan que el Padre había dado a su pueblo a través de su Hijo, a quien le había hecho ofrenda agradable para dar la vida en abundancia. De este pan tiene hambre la multitud y le pide solo de este pan, porque habiendo recibido el pan físico sienten la necesidad de saciar el sentido de la existencia con un pan que no perece. La petición: “Señor, danos siempre de este pan”, lleva a Jesús a proclamar una de las autorevelaciones con las que el evangelista Juan identificará la persona de Jesús en el ejercicio de su misión: “Yo soy el pan de vida”.

Autorevelación de Jesús que inmediatamente coloca al oyente en dos dinamismos propios de la Eucaristía, el ser saciado de pan para no tener hambre y el creer en Él para no tener sed. La acción de bendición del pan que había pronunciado la noche de la cena con sus apóstoles, ha sido dada para colmar en el corazón de sus discípulos el hambre y la sed más profunda. No solo se revela como quién es, sino que él mismo es el pan, signo tangible de quien es posible hacer experiencia, pan que sacia toda hambre y calma toda sed.

 

Reflexionemos: La experiencia del pan de vida dado de forma desbordante a la comunidad creyente a través del misterio eucarístico es para mí la revelación y constatación de la persona de Jesús como “Yo soy el pan de vida”.

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, gracias por el alimento del pan de vida con que acompañas el caminar de mi vida y mi existencia, manifestado hoy en la Eucaristía. Amén.

 

Actuemos: Entre el maná del Antiguo Testamento y el “Yo soy el pan de vida” del Nuevo Testamento, ¿cuál es la imagen del pan que retengo para mí como experiencia de Dios que alimenta mi vida hoy?

 

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