“Sígueme”
(Mt 8, 18-22)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El Evangelio de hoy nos deja claro lo que implica seguir al Señor: el escriba culto y de buena posición social necesita saber que seguir a Jesús comporta una renuncia a las propias seguridades y el desprendimiento de los bienes materiales…
En el caso de aquel que ya es discípulo y pide a Jesús tiempo para dedicar a su familia, Jesús le recuerda que seguirlo a Él es una opción de vida que requiere que Él ocupe el primer lugar en sus afectos: Dios antes y primero que cualquier otro amor. Más tarde Jesús mismo lo dirá abiertamente: “el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”.
Hermanos, ser cristiano, seguir al Señor, es una gracia inmensa, un privilegio al que hemos de responder con prontitud y honda gratitud. Con nuestras solas fuerzas no podemos seguir al Señor como Él nos pide, el Espíritu Santo es quien nos hace capaces de desprendimiento e inflama nuestro corazón en el amor de Dios.
Preguntémonos: ¿Estoy seguro que teniendo al Señor lo tengo todo? ¿Estoy dispuesto a renunciar a todo aquello que en mi vida no agrada a Dios? ¿Cuál es mi mayor resistencia interior para vivir como Jesús me pide?
Oremos: Señor Jesús, tú eres mi riqueza, el tesoro que busco con todas mis fuerzas, enciende en mi corazón la llama de tu amor para que nada de este mundo me atraiga o me seduzca. ¡No hay felicidad fuera de ti, Señor! Amén.
Actuemos: Hoy quiero tener el corazón dispuesto a acoger prontamente lo que más agrada al Señor en las diferentes circunstancias de mi jornada.
Recordemos: “La zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.
Profundicemos: “Comenzamos a seguir a Jesús cuando nos sentimos atraídos y llamados por Él. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús, sino en creerle a Él” (José Antonio Pagola).
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