“Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura”
(Jn 12, 1-11)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
En este Lunes Santo, Jesús se dirige a Betania, a la casa de sus queridos amigos Marta, María y Lázaro donde tantas veces iba a descansar. Allí le ofrecieron una cena. María tomo “una libra de perfume de nardo… y ungió los pies de Jesús”. Es el gesto profundo de una mujer que tiene admiración por el Señor, y lo demuestra con delicadeza, con ternura. Con este huésped tan especial, María unge los pies del Maestro, pies que han recorrido tantos caminos, los abraza porque para ella son sagrados, son pies que merecen ser embalsamados. Pero en aquella casa hay mucha gente y algunos empiezan a criticar este humilde acto, como en el caso de Judas. Pero Jesús la defiende: “Déjala”. Este es el encuentro entre el amado y la amada del Cantar de los Cantares. Es la ternura de María y el agradecimiento por este Amigo que lo ha dado todo.
Reflexionemos: Cuando llega una visita especial a mi casa, ¿cómo la recibo?, ¿siento alegría y le ofrezco lo mejor?
Oremos: Señor Jesús, en este Lunes Santo te invito a entrar en mi casa. Quiero darte lo mejor, poner a tus pies mi vida y mi fragilidad, ungirte con el perfume de mi amor, pedir tu perdón y decirte que solo tú eres la fuente de mi alegría. Amén.
Actuemos: Invito a una persona, que sé que esta sola o con dificultades, y comparto con ella un alimento o tan sencillamente un diálogo, haciéndole sentir el amor de Dios.
Profundicemos: “Esta mujer encontró verdaderamente al Señor. En el silencio, le abrió su corazón; en el dolor, le mostró el arrepentimiento por sus pecados; con su llanto, hizo un llamamiento a la bondad divina para recibir el perdón. Para ella no habrá ningún juicio si no el que viene de Dios, y este es el juicio de la misericordia. El protagonista de este encuentro es ciertamente el amor, la misericordia que va más allá de la justicia” (Papa Francisco).
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