10 de febrero del 2025

“Los que lo tocaban se ponían sanos”

(Mc 6, 53-56)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

En el Evangelio vemos hoy a Jesús como misionero itinerante. Después de una larga travesía por el mar, desembarcaron en Genesaret y enseguida comenzaron “a recorrer toda la comarca”. Este hecho nos deja entrever el amor entrañable de Jesús por todas las personas; no hay lugar donde Él no vaya: ciudades, aldeas y campos, casas. A todos quiere llevarles la luz y el amor de Dios.


Además, nos impacta vislumbrar cómo la gente lo reconoció y se creó enseguida en torno a la persona de Jesús, un movimiento de fe y solidaridad. Cuando se enteraban dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas y los colocaban en las plazas con la esperanza de que pudieran tocar, al menos, la orla de su manto. Y Marcos termina diciendo que quienes lo tocaban se curaban. ¿Qué era lo que los sanaba? ¡El encuentro personal con Jesús, el Dios de la vida!

Hermanos, este Jesús que dio su vida por nosotros y resucitó a los tres días de entre los muertos, está vivo aquí, en medio de nosotros; lo que nos salva y sana es nuestra relación con su persona resucitada, que encontramos en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en la comunidad y en los hermanos más necesitados. Nuestros ojos mortales no pueden verlo, pero si con el corazón aceptamos su presencia y nos adherimos a Él de todo corazón, encontraremos la fuerza, la salvación, la salud, la paz y el gozo que necesitamos.

 

Reflexionemos: ¿He tenido un encuentro personal con Jesús resucitado? ¿Acojo su presencia viva en la comunidad, en los hermanos, en la Palabra, en la Eucaristía, en la reconciliación y en el perdón recíproco? ¿Cuál es mi experiencia de encuentro con Jesús?

 

Oremos: Señor Jesús, gracias porque estás resucitado entre nosotros y habitas en nuestro corazón; enciende en nosotros tu amor y ayúdanos a vivir una relación contigo que transforme nuestra vida. Amén.

 

Actuemos: En todo momento de oscuridad o sufrimiento, recurro a Jesús con humildad y fe viva.

 

Recordemos: “Le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban”.

 

Profundicemos:  Jesús Resucitado está vivo en medio de nosotros, nos sana, nos salva y nos transforma cada vez que lo buscamos con sincero corazón. Dichoso quien sabe acoger los signos de su presencia y de su amor.

 

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