“El más pequeño de ustedes es el más importante”
(Lc 9, 46-50)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
en el evangelio, los discípulos se encuentran distraídos y, aunque tienen muy cerca a Jesús no logran escucharlo verdaderamente y, menos aún, logran entender lo que están viviendo y lo que vivirán más adelante. La certeza de estar en las manos del Padre no es cuestión de un acto momentáneo de oración ya que, esta certeza es fruto de la profunda cercanía, y de la escucha constante de la Palabra que sale de su boca, que toca nuestro corazón y que poco a poco, nos permite ir dando rostro concreto al amor con el cual somos amados, más allá de lo que somos y tenemos, incluso con nuestras debilidades. Los discípulos no solo no lograron comprender que el Espíritu de Dios despierta a quien tenga el corazón abierto a la escucha, los dones que reflejan la presencia actuante del Señor, sino que se volvieron casi un obstáculo para el plan del Señor.
Preguntémonos: ¿Cuál es nuestra actitud ante la llamada que nos hace hoy el Señor, a ser más humildes y sencillos?
Oremos: Padre celestial, te confío mu vida y la de quienes me rodean. Concédeme un corazón humilde y fiel, capaz de gozar de las cosas pequeñas de la vida con la alegría y la sencillez de los niños; y ser así, testigo de tu bondad. Amén.
Actuemos: con sencillez, acogiendo a las otras personas y compartiendo, en la medida de las posibilidades de lo mejor que tengamos.
Recordemos: que la felicidad no viene de tener o saber mucho, viene de disponer el corazón, la mente y la voluntad para vivir intensamente la llamada que Dios nos hace cotidianamente a amar y ser amados.
Profundicemos: que es la Palabra de Dios y su mensaje, aquello que nos permite conocer el corazón mismo del Señor, y sus deseos más profundos para con cada ser humano.
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