Sus muchos pecados han quedado perdonados,
“porque ha amado mucho”
(Lc 7, 36-50)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El hombre del que nos habla el Evangelio hoy, “era un fariseo que le rogaba a Jesús que fuera a comer con él…”. Pues bien, este no tuvo con Jesús ni la más mínima norma de cortesía según su propia tradición: –“No me has dado agua para los pies (…) Tú no me diste el beso de la paz (…) Tú no me ungiste la cabeza con ungüento” … Este hombre tan ilustre que no ve sus “pequeñas faltas”, no escatima en juzgar a la mujer anónima, e incluso a Jesús mismo con toda severidad. Solo quien es consciente de su pecado, puede experimentar y conocer en gran medida, el amor con cual es amado. El fariseo solo se conforma en amar a Dios con la “ley que ama desde el merecimiento” que aunque es válida, no agota la misericordia.
Preguntémonos: ¿Cuántas veces nos sentimos tan seguros de nosotros mismos que nos creemos con el derecho de juzgar a los demás?
Oremos: Señor Jesús, enséñame a no juzgar a las personas por su apariencia. A esforzarme por conocer la verdad que habita en su interior, antes de formarme juicios negativos sobre sus acciones. Que con la ayuda de tu Santo Espíritu, haga del perdón y de la misericordia, un estilo de vida que me lleve a ponerme en el lugar de los otros y amarlos como tú lo haces. Amén.
Actuemos: con mayor consideración, amabilidad y bondad, sin miedo de abrir las puertas de nuestro corazón de par en par, porque quien se siente amado, ama con facilidad.
Recordemos: que nadie da de lo que no tiene, por esto el llamado en este día es a practicar la hospitalidad con todas o la mayoría de las normas de urbanidad, para que quien acuda a nosotros se sienta acogido, respetado, valorado y tratado con dignidad.
Profundicemos: en este texto que nos regala hoy san Lucas 7, 36-50, asumiendo una posición más prudente y dignificante, con quienes nos visiten.
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