“Ni en Israel he encontrado tanta fe”
(Lc 7,1-10)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Y miremos detenidamente como está la virtud de la fe en nosotros. Esa fe que ha de brotar de la comunión con los hermanos y que hace posible que aún, en medio de las diferencias, se refleje el don del Señor y su paso por nuestra vida. El centurión, hombre que representaba el poder opresor del imperio romano y que, pese a ello, cuenta con el apoyo de las autoridades religiosas locales: “Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga”, busca el apoyo de Jesús para sanar a su criado. Lo cual refleja que, pese a su condición social, es un hombre sensible, creyente, capaz de sentir compasión por los más débiles e interceder por ellos.
Preguntémonos: ¿Cuál es la calidad de nuestra fe? ¿En qué o en quién se fundamenta?
Oremos: Señor, enséñanos a confiar más en ti, así como lo hizo el centurión romano. Ayúdanos a superar las angustias, las dudas y los temores que muchas veces nos impiden creer todo aquello que puedes obrar en nosotros y en quienes nos rodean. Amén.
Actuemos: a ejemplo del centurión, con una fe que nos impulse a vivir según los planes de Dios.
Recordemos: que la fe va mucho más allá de una creencia ya que implica abandonarse en las manos de Dios, desde la entrega, la acción y la donación.
Profundicemos: en esta valiosa virtud teologal: la Fe. Don recibido por todos nosotros en el sacramento del bautismo y que hemos alimentado a lo largo y ancho de la vida, cuando recibimos o participamos de la vida sacramental que tiene la Iglesia. Somos invitados a dar testimonio de lo que decimos creer cuando proclamamos el Credo, bien sea personal o comunitariamente. Que sea el Espíritu Santo quien nos ilumine y nos fortalezca durante el día.
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