“Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos”
(Mt 16, 13-23)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
En el Evangelio de hoy nos encontramos con la figura de Pedro, modelo para el cristiano, quien tiene la primacía de confesar su fe al reconocer a Cristo como el Hijo del Dios vivo partiendo de la experiencia cercana compartida con Él. Nos dice Mateo, que, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Y partiendo de diversas apreciaciones las respuestas estuvieron orientadas también a personajes históricos que asumieron un rol particular con la manera en que Dios se manifestaba al pueblo. Pero Jesús continúa interrogando ahora ya no con la opinión de la multitud, sino de los más cercanos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. A lo que Jesús responde con una bienaventuranza, dando una nueva identidad y encargo pastoral a Pedro: Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Así Pedro recibe las llaves del Reino y bajo su liderazgo se inicia la construcción de la Iglesia, la nueva comunidad que, viviendo su centralidad en Cristo, “el Dios viviente” está llamada a ser comunicadora de esperanza, de amor y fe, fuente donde la vida florece.
Preguntémonos: Dios continúa hoy interrogando nuestra vida para ayudarnos a trascender. Preguntémonos: Como creyente, ¿se dar razón de mi fe a partir de una experiencia real y personal con Cristo o lo hago solo por tradición u opiniones ajenas?
Oremos: Señor, Dios vivo, concédeme la gracia de poder caminar contigo, haz que mi fe crezca cada día un poquito al calor de tu Palabra. Amén.
Actuemos: Centraré mi vida en la persona de Cristo y como Pedro pediré la gracia de permanecer firme en la fe a pesar de las batallas.
Recordemos: “Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.
Profundicemos: Cantaré eternamente el amor del Señor, anunciaré su fidelidad por generaciones (Sal 89, 2)
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