“Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al fin de los tiempos”
(Mt 13, 36-43)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La explicación que da Jesús a esta parábola nos deja muy claro que al final de la vida habrá un juicio de Dios para cada persona; sus palabras son tan fuertes que deberían despertar en nosotros una actitud de vigilancia para vivir según las enseñanzas de Jesús; de manera que estemos siempre preparados al encuentro definitivo con Dios.
Al final, Dios tomará cuenta de nuestra existencia; pero como Él es también dueño del campo y Padre de todos, mientras vivimos aquí, nos espera, nos cuida con amor y ternura. Y como dice el papa Francisco, “trabaja no para arrancar la cizaña, sino para convertirla en bellas espigas que serán recogidas en la buena cosecha”. Pero, por parte nuestra, mientras tengamos vida, hemos de librar un duro combate contra el mal, porque el maligno, enemigo de Dios y de nosotros, nos asedia constantemente para sembrar cizaña en nuestro corazón.
Necesitamos pensar con más frecuencia en el día de la cosecha, para vivir rectamente en todo momento, luchando contra el mal y arrepintiéndonos de nuestros errores. Solo así podrá resplandecer en nosotros el amor de Dios y estaremos siempre preparados al encuentro definitivo con Dios.
Preguntémonos: el juicio de Dios es llamado por Jesús el día de la cosecha, ¿cómo me estoy preparando para ese día que llegará cuando menos lo espero? ¿Estoy dispuesto a seguir la orientación de Jesús para que ese día sea el triunfo final de mi vida?
Oremos: Gracias Jesús, por la bondad con la cual me cuidas durante la vida para transformar mi cizaña en buen trigo; ayúdame a ser dócil a las inspiraciones de tu Santo Espíritu para que en el día final sea revestido de tu gloria. Amén.
Actuemos: Cada día me tomaré un tiempo para revisar mi modo de vivir y confrontarlo con Jesús, para estar preparado en todo momento al encuentro final con mi Dios.
Recordemos: “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!”.
Profundicemos: “Al juicio de Dios ha de corresponder una Iglesia que no negocia los principios del evangelio, sino que sostiene el anuncio, aun cuando no encuentre la respuesta esperada. Sin embargo, es más importante la paciencia que trabaja a fondo las realidades que se oponen al evangelio. Para ello, el primer paso no es el juicio “¿la arrancamos?, sino el respeto y la misericordia con la cual Jesús se acerca a todos, aunque no sean dignos de Él” (P. Oñoro).
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