“¿Es que pueden guardar luto mientras el esposo está con ellos?”
(Mt 9, 14-17)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El Evangelio de hoy está en el contexto de las críticas que los fariseos hacían a Jesús por su “nuevo modo de vivir”; pero esta vez, son los discípulos de Juan quienes, seguramente con buenas intenciones, se acercan a Él para salir de una duda: ¿Por qué tus discípulos no ayunan?
La respuesta de Jesús toca de inmediato la profundidad de su misterio: “¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Estas palabras nos dejan ver que Jesús compara su convivencia con los discípulos con un “banquete de bodas”, donde el novio, el esposo es Él y los discípulos son sus amigos. El tema de la boda tiene gran importancia en los profetas que vieron la relación entre Dios e Israel como un matrimonio e hizo con ellos una alianza de amor.
En Jesús, Dios vino a inaugurar sus bodas eternas con la humanidad, Él es Dios con nosotros que quiere donarse, quiere amar y sentirse amado; y este es el motivo por el cual sus discípulos no ayunan, no pueden hacer luto, no pueden estar tristes.
Preguntémonos: ¿Mi relación con Jesús es íntima y amorosa e involucra todas las expresiones de mi vida? ¿Estar con el Señor es motivo de seguridad y alegría en cualquier circunstancia de mi vida?
Oremos: Amadísimo Jesús, Señor nuestro, tú has conquistado nuestro corazón para Dios; como discípulos tuyos estamos ligados a Dios en alianza eterna, le pertenecemos para siempre. Ayúdanos a ser fieles en ti, donando sin reservas nuestra vida como lo hiciste tú. Amén.
Actuemos: En los momentos de dificultad renuevo mi alianza con el Señor de la vida y reavivo la alegría inmensa que me viene de mi pertenencia a Él.
Recordemos: “Jesús les dijo: ‘¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?’”.
Profundicemos: Llamándose a sí mismo “el novio”, Jesús, nos revela el “rostro” humano y tierno de Dios, que viene a buscarnos para ofrecernos su amor, darnos su vida divina y hacernos partícipes de la intimidad que vive con el Padre, en el Espíritu Santo.
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