“He visto al Señor y ha dicho esto”
(Jn 20,11-18)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El escritor sagrado, en la persona del evangelista Juan, nos coloca en relación con María, la mujer que hace experiencia de la resurrección de manera personal y profunda con su Maestro, quien la conduce hacia un cambio de mentalidad, hacia una experiencia en otra dimensión.
El llanto lleva a la mujer al contraste de la luz, la presencia de los ángeles y las vestiduras blancas, precisamente allí donde había estado el cuerpo de Jesús, su Maestro. El diálogo que se establece entre la mujer y los ángeles marca una profunda diferencia entre lo que la mujer busca y el acontecimiento que se ha develado en el misterio.
María aún no comprende lo que ha sucedido, de nuevo la persona de Jesús es confundido en la apariencia del hortelano. Solo cuando Jesús le habla ella le reconoce: Maestro. La apariencia física es percibida por los sentidos, pero no es la que penetra el corazón; la voz no se reconoce, pero es la que mueve la existencia, porque la mente la reconoce, mueve el corazón y empuja a la voluntad a actuar, de hecho, María “se vuelve y le dice: Maestro”.
El diálogo que Jesús sostiene con María deja ver como ella desea y quiere seguirle encontrando como el Maestro que puede retener para sí, sin embargo, el “no me retengas” la lanza al dinamismo del discipulado misionero: “Anda, ve a mis hermanos y diles…”. Es un movimiento que la empuja a salir en dos dinamismos: el primero es personal: “anda”, que implica hacer camino en el discipulado, es la persona la que debe salir de sí misma, de su llanto, de su lugar de sepultura; el segundo es comunitario: “ve a mis hermanos y diles”, porque nadie encuentra para sí, sino para los demás, de hecho, el texto finaliza afirmando: María, la Magdalena fue y anunció a sus discípulos “he visto al Señor y ha dicho esto”, porque podemos recibir el don, pero corremos el riesgo de silenciarlo, callarlo o enterrarlo precisamente porque el dolor puede paralizar.
Reflexionemos: Los acontecimientos dolorosos de la vida que atraviesan mi existencia, ¿me mueven a actuar entre las voces que escucho y las personas que vienen a mi encuentro?, ¿me paralizo y no permito que mis sentidos actúen, salgan de sí para encontrarse de nuevo?
Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, concédeme la gracia de María: escuchar tu voz entre tantas voces y reconocerte como el Maestro de mi vida. Amén.
Actuemos: La muerte de las personas que amo y son cercanas, ¿las vivo como experiencias de partida y pérdida dolorosa o como experiencias redentoras y salvadoras?
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