“Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará”
(Lc 12, 39-48)
El Evangelio de hoy se coloca en continuidad con el que hemos escuchado el día de ayer y de nuevo va a insistir sobre la actitud de la vida cristina de permanecer en vela, es decir, mantener un corazón vigilante, que busca estar despierto. El texto coloca la comparación del dueño de casa que al saber el día y la hora en que llegaría el ladrón, prácticamente no se dormiría para no permitir la entrada y el robo o hurto de sus bienes. La actitud de la vigilancia en la vida cristiana tiene la misma finalidad, no permitir que otras experiencias roben u hurten los tesoros cultivados en la experiencia de fe que lastimosamente a través del tiempo ha perdido su valor y por eso no importa que llegue el ladrón y se los lleve.
La sentencia: “al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá” es la consecuencia de quien ha obrado y ha sido consecuente con el principio de la verdad, de la sensatez porque no se ha mantenido fiel por intereses sino por la fidelidad de sus convicciones. La vigilancia del corazón le ha permitido vivir y actuar rectamente mientras que quien ha desviado el corazón ha abierto la posibilidad a otras convicciones en que no cultivando el sano principio ha buscado su propio interés: beber, emborracharse etc., los placeres han desviado el corazón vigilante. De ahí, quien obra consecuentemente cultiva la confianza de su Señor y a la vez le hace idóneo de mayores cuidados, mientras que quien no ha obrado según este principio ha perdido la confianza de su Señor, por tanto, la confianza en sí mismo.
Reflexionemos: Cultivar la actitud del administrador fiel y prudente no es sólo una conquista personal, es a la vez un don y una gracia, porque el administrador astuto también tiene la misma posibilidad sólo que su corazón se ha desviado porque codiciosamente ha pensado para sí mismo. Entre las dos actitudes hay muy poca distancia, entre el buen y el mal administrador la tentación ha sido prueba que ha superado la medida de la vigilancia.
Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, mantén con la gracia de tu Espíritu, mi corazón vigilante. Que los dones que me han sido confiados, sean cuidados según tu designio providente. Amén.
Actuemos: Frente a los dones y las posibilidades que la vida me da constantemente a través del trabajo, de la familia, de las relaciones y oportunidades mantengo la actitud vigilante o actuó de acuerdo a mis intereses y oportunidades.
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