30 de julio

“Vende todo lo que tiene y compra el campo”

(Mt 13, 44-52)

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El tesoro escondido, es el Reino de los cielos, quien lo encuentra, da la vida por él, vende todo lo que tiene por adquirirlo. El texto nos demuestra la riqueza tan grande cuando encontramos a Jesús y él se convierte en el centro de nuestra vida.

Se puede asemejar al seguimiento, él nos llama, toca nuestro corazón y nos da la libertad de escoger, algunas veces se renuncia a todo lo que ata, por seguirlo, él es el tesoro más grande que da sentido a la vida. Pero también existen personas que renuncian al tesoro porque le implica muchas cosas y están apegados a lo material.  Y son los que al final, se pierden la alegría de contemplar por siempre al Señor en la eternidad. Solo quien ama realmente es capaz de dejarlo todo, por ese gran tesoro que da sentido a la vida.

 

Reflexionemos: ¿Cuál es tu tesoro? ¿Ese tesoro te produce profunda alegría? ¿Llena tu vida?

 

Oremos: Jesús, tú eres el tesoro más grande. Ayúdame a entender que solo tu das la felicidad plena, que tus palabras son vida y plenitud, que solo tú me das las fuerzas y me envías a evangelizar, a proclamar que solo en ti está la alegría plena. Amén.

 

Actuemos: Hago discernimiento de cuáles son mis apegos y ataduras que me impiden descubrir el verdadero tesoro que llena mi vida Jesús.

 

Recordemos: El reino de los cielos se parece, a un tesoro, una perla, una red. Algo de un valor muy grande, que quien lo encuentra es capaz de dejarlo todo por adquirirlo. Quien encuentra a Jesús, no queda igual, el llena totalmente la existencia y permanece siempre con nosotros.

 

Profundicemos: Las breves semejanzas propuestas por el texto de hoy son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas del reino de Dios (13, 44-52). Entre ellas hay dos pequeñas obras maestras: las parábolas del tesoro escondido en el campo y la perla de gran valor. Ellas nos dicen que el descubrimiento del reino de Dios puede llegar improvisamente como sucedió al campesino, que arando encontró el tesoro inesperado; o bien después de una larga búsqueda, como ocurrió al comerciante de perlas, que al final encontró la perla preciosísima que soñaba desde hacía tiempo. Pero en un caso y en el otro permanece el dato primario de que el tesoro y la perla valen más que todos lo demás bienes, y, por lo tanto, el campesino y el comerciante, cuando los encuentran, renuncian a todo lo demás para poder adquirirlos. No tienen necesidad de hacer razonamientos, o de pensar en ello, de reflexionar: inmediatamente se dan cuenta del valor incomparable de aquello que han encontrado, y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlo.

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