“Lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada uno no perdona a su hermano de todo corazón”
(Mt 18, 35)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La Cuaresma es un tiempo de gracia y de sanación interior que nos llama de manera especial a perdonar y acoger el perdón de los demás. Actitud que nos cuesta por las heridas que muchas veces las personas dejan en nosotros, pero que a su vez, nos retan y desafían a dilatar mucho más nuestro corazón, para acoger a los demás con todo lo que son, así como lo hace Dios con cada uno de nosotros. De allí, que Jesús en el evangelio de este día ante la pregunta de Pedro no ponga un límite al perdón que estamos llamados a dar y recibir de nuestros hermanos: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces”. Pidamos al Señor que abra cada vez más nuestra vida al perdón, para que no caigamos como el funcionario despiadado en la tentación de limitar el perdón que damos a los demás a nuestras propias fuerzas, sino al perdón que recibimos a diario de Dios.
Reflexionemos: ¿Somos capaces de perdonar de corazón a quienes nos rodean?, ¿Cómo experimentamos en nuestra vida el perdón que recibimos de Dios?
Oremos: Enséñanos, Señor, a perdonar a los demás como tú nos perdonas. A no limitar nuestro perdón solo a nuestras propias fuerzas, sino al amor y la misericordia que recibimos cada día de ti. Amén.
Recordemos: La medida del perdón, es perdonar sin medidas.
Actuemos: Contemplemos en esta jornada alguna experiencia en la que nos hemos sentido perdonados por Dios o por nuestros hermanos. Escribamos los sentimientos que esta experiencia revive en nosotros.
Profundicemos: El perdón es ante todo un regalo de Dios que nos lleva abrir mucho más nuestra vida a los demás (Libro: El perdón sana y libera).