«El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados».
(Marcos 2, 1-12)
La fama de Jesús se expandía por todas partes y muchos acudían a Él buscando sanación, liberación y consuelo. Un día mientras enseñaba, le llevaron un paralitico y no pudiendo entrar a causa del gentío tuvieron que destapar el techo de la casa donde se encontraba para ponerlo ante Jesús.
Viendo Jesús su fe tan grande, miró con ternura al paralitico y le dijo: “hijo tus pecados quedan perdonados”. La fe que ellos tenían permitió a Jesús revelar el secreto de su persona; Él no es solo un sanador exitoso, sino el Hijo de Dios, el salvador. Y para demostrar a quienes lo criticaban por atreverse a perdonar pecados, sanó al enfermo también de la parálisis.
Reflexionemos:
No es fácil comprender hasta donde lleva el poder misericordioso del Señor, solo podemos aceptar humildemente que su amor por nosotros sobrepasa nuestra necesidad de ser amados y acoger con honda gratitud su misericordia infinita. La acogida del amor gratuito del Señor es lo que nos salva. Gracias Señor porque vienes a nuestro encuentro, sin ninguna condición.
Oremos:
Gracias Jesús, no solo nos liberas del pecado causa de todos nuestros males; sino que nos participas tu filiación divina que nos da la dicha infinita de sentirnos hijos amados de Dios.
Recordemos:
Pues, para que vean que el Hijo del hombre tiene potestad… para perdonar pecados…”. dijo al paralítico: “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos
Actuemos:
Compartiré hoy con alguna persona la experiencia de sentirme amado y perdonado por Dios sin medida.
Profundicemos:
¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Miqueas