“¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!” (Lc 18, 13)
La cuaresma es un tiempo litúrgico que nos llama de manera especial a la conversión. Actitud que requiere de un corazón humilde y sincero, capaz de reconocer las propias fragilidades e ir en busca de Dios para pedirle perdón por nuestros pecados. Actitud que vemos reflejada de manera especial en los gestos y en la oración, que en el evangelio de este día, el recaudador de impuestos dirige a Dios cuando sube al Templo a orar. Él se queda atrás, ni siquiera se atreve a levantar la cabeza ni se siente digno de dirigir su suplica a Dios, pero habla a Dios desde el fondo de su corazón y pide perdón por sus pecados: “¡Oh Dios, ten compasión de este pecador!”. La humildad del recaudador es elogiada por Jesús quien la contrapone a la del fariseo, que se enaltece por el cumplimiento fiel de sus prácticas religiosas. Pidamos al Señor, que nos ayude a reconocer con humildad nuestros errores y no hacer de nuestras prácticas de piedad, un motivo para sentirnos mejores o superiores a los demás.
Actitud: Humildad.
Reflexionemos:
¿Nos creemos mejores que los demás por la fe que profesamos?, ¿somos humildes para reconocer nuestros pecados?
Oremos:
Danos, Señor, un corazón humilde y sincero capaz de reconocer sus propios errores y experimentar el dolor de sus pecados. Ayúdanos a no hacer de nuestras prácticas religiosas, un medio para creernos mejores que los demás. Amén.
Recordemos:
La conversión nos lleva ante todo a buscar un corazón sincero capaz de reconocer sus propias fragilidades.
Actuemos:
Pidamos perdón al Señor, en este día, por las veces en que nos hemos sentido mejores que los demás por la manera cómo vivimos nuestras prácticas religiosas.
Profundicemos:
Para vivir una verdadera conversión es necesario tener la capacidad de reconocer nuestras fragilidades personales y trabajar nuestros límites (Libro: Sanando el corazón. En diálogo con Jesús).