Sábado después de la ceniza
Is 58, 9b-14 / Sal 85, 1-6 / Lc 5, 27-32. Feria. Morado.
“Yo no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores, para que se arrepientan”
En aquel tiempo, Jesús salió y vio a un cobrador de impuestos, de nombre Leví, sentado en el despacho de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Después, Leví le ofreció a Jesús un gran banquete en su casa; también había una gran multitud de cobradores de impuestos y de otras personas que estaban con ellos a la mesa. Mientras tanto, los fariseos y sus escribas criticaban a los discípulos de Jesús, diciendo: “¿Por qué comen y beben con publicanos y cobradores de impuestos?”. Jesús les respondió: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los que tienen males. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan”.
A partir de este pasaje de la vocación de Leví o Mateo, deberíamos evocar siempre, en nuestra oración personal, el hecho de que Jesús no ha venido a llamar a sanos y justos, sino a enfermos y pecadores. Y no olvidemos nunca que todos estamos enfermos por el pecado, pues todos somos pecadores. Quien no se considere así, significa que no necesita de Jesús. El primer paso para una verdadera conversión es tomar conciencia de que somos débiles, frágiles, llenos de miserias. Cuando hacemos esto, podemos acoger de verdad a Jesús, como lo hizo Leví. Hay que erradicar de nuestra vida la falsa idea de que somos impecables. Somos pecadores que necesitan de Cristo.
¿He descubierto, en mi oración personal, que soy del grupo de los enfermos y pecadores?