“Dejándolo todo, lo siguieron”
(Lc 5, 1-11)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Los tiempos cambian y nos obligan también a nosotros a cambiar, algunas veces para bien y en otras, para mal. Es una realidad que solo a partir de la escucha de la Palabra es como el cristiano puede dar frutos y, tal vez, el mayor de ellos es la sabiduría, que nada tiene que ver con vanagloriarse a sí mismo de aquello que se sabe. La fe es un don que hemos recibido de Dios y que alimentamos cuando acogemos a Jesús en nuestra vida, al estilo de los apóstoles y que nos capacita para seguirlo, así como ellos lo hicieron. Ellos fueron testigos de lo que Jesús pudo hacer, aun cuando sintieron que ya no tenían fuerzas para continuar su trabajo. Si miramos atentamente, la abundante pesca que lograron, generó en ellos gran confianza en la palabra que el Señor mismo les había dicho.
Preguntémonos: si antes, según lo que acabamos de escuchar, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la Palabra de Dios, ¿hoy en torno a qué o a quién nos agolpamos?
Oremos: Señor Jesús, hoy te invito a subir a mi barca, para que la llenes con tu presencia y tu amor. Renueva dentro de mí, la fe, la esperanza y la caridad para lograr avanzar hacia ti en santidad y justicia. Te entrego todo mi existir. Gracias por navegar conmigo, por permitirme ser quien soy y porque puedo contar siempre contigo. Amén.
Actuemos: como hijos de Dios y busquemos a Jesús en las otras personas. Él cotidianamente nos llama y cuenta con nuestra respuesta.
Recordemos: lo esencial de este mensaje: “Dejándolo todo, lo siguieron”.
Profundicemos: el evangelio nos invita a confiar en Dios, aunque el cansancio o el desánimo pesen sobre nuestras espaldas. Ir mar adentro nos obliga a desinstalarnos de nuestras propias seguridades; solo así podremos percibir al Maestro quien nos acompaña y dirige.
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