4 de agosto

“El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed”

(Jn 6, 24-35)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Después del signo de la multiplicación de los panes donde la gente pudo saciar el hambre de alimento físico, salen tras Jesús y lo siguen porque quedaron impresionados con la respuesta obtenida en un momento de necesidad material,  y Jesús al ver que acudían a él en masa cargados de inquietud: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?” los llama a trascender, abriéndoles un panorama existencial mucho más profundo: Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios”. Movidos por sus propios intereses de lo tangible, de lo material. Ellos le preguntaron: “Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?”. Respondió Jesús: “La obra de Dios es esta: que crean en el que Él ha enviado”. Jesús les plantea el camino de la fe. Se revela como el pan de vida enviado por el Padre, el que da sentido a la existencia humana, pero para ello debe ser acogido, debemos creer en Él, alimentarnos de Él en la mesa del pan y de la Palabra.  

 

Preguntémonos: Sumergir nuestra vida en Cristo, es saber que todo cuanto somos, hacemos y vivimos lo recibimos como don de Dios, Se agradecer a Dios sus dones y bendición participando con amor en el banquete Eucarístico?

       

Oremos: Señor, dame un corazón agradecido, libertad y generosidad para compartir con los otros desde el gozo de la fe. Amén.

 

Actuemos: Que mi búsqueda por el bien material, nunca desvíe mi corazón de tener a Dios como el mayor bien y lo fundamental de mi existencia.

 

Recordemos: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

 

Profundicemos: Despójense del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renuévense en la mente y en el espíritu y revístanse de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. (Ef. 4,24)

 

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