31 de agosto

“Estén preparados”

(Mt 24, 42-51)

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El evangelio de hoy nos habla de la venida del Señor al final de los tiempos y nos exhorta a estar preparados y en vela. Los primeros cristianos pensaban que esta segunda venida era inminente. Mucha gente hoy piensa lo mismo y creen que el final de los tiempos está cerca. Sin embargo, nadie sabe el día ni la hora de la segunda venida de Jesús. ¿Cómo podemos entender esta segunda venida? Reconociendo que el Reino de los Cielos está presente en cada uno de nosotros. Velar es reconocer que  Jesús está presente en nuestra vida cotidiana, especialmente en la  Eucaristía y que al alimentarnos de ella, nos preparamos para el último día.

Velar es también mantener la esperanza viva en Jesús. Lo cual nos  lleva a tener una vida centrada en Él y a ser constantes para  los afanes de la vida no nos priven de experimentar su presencia. Para ello, podemos cultivar la oración cotidiana, la vida sacramental, hacer el bien, gozar de las cosas sencillas, y compartir con nuestros seres queridos la alegría de ser hijos amados de Dios.

 

Preguntémonos: ¿Cómo vivo mi  tarea de discípulo y misionero en la Iglesia?  ¿Cómo me preparo para el encuentro definitivo con el Señor?

 

Reflexionemos: San Mateo nos deja un mensaje claro: Jesús vendrá, pero nadie sabe ni el día ni la hora y lo único que nos pide es estar preparados, y esta preparación es responsabilidad nuestra.

 

Oremos: Señor Jesús, que nuestros corazones estén preparados para reconocer tu presencia en todo lo que vivimos y dejar de lado todo aquello que nos separa de ti. Amén.

 

Actuemos: Hoy me comprometo a compartir el amor de Dios con las personas que me encuentre.

 

Recordemos: San Pablo dice a la comunidad de los Corintos y también a nosotros hoy: “Jesucristo es el único guía, el único maestro, la única fuente de sabiduría, el único Señor; y que todos los demás somos servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.”

 

Profundicemos: Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras (Tito 2, 11-13).

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