27 de de mayo

 

Maestro, que pueda ver(Mc 10, 51)

 

El evangelio de hoy nos lleva a Jericó, un pueblo cercano a Jerusalén al que llega Jesús con sus discípulos. Allí vivía Bartimeo, un ciego de nacimiento, el cual para sobrevivir pedía limosna al borde del camino. Al escuchar que Jesús pasaba por allí, se llenó de gran alegría y para poder que este lo escuchara y reconociera su necesidad, empezó a gritar fuertemente: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Pero las personas que pasaban por allí, lo regañaban. Pese a ello, Bartimeo no dejó de gritar hasta que Jesús lo escuchara. Jesús al percibir su voz que lo llamaba insistentemente, mandó a traerlo y le preguntó que podía hacer por él. Bartimeo lleno de alegría le respondió: “Maestro, que pueda ver”. Jesús al notar la gran fe que tenía en él, lo curó de su mal: “Anda, tu fe te ha curado”. Como Bartimeo, nosotros también podemos recibir de Jesús aquello que más necesitamos. Solo basta buscarlo con un corazón insistente, capaz de superar los obstáculos que nos impiden ir a su encuentro y confiar en que, él puede obrar  en nosotros aquello que más necesitamos. Pidamos al Señor, en este día que aumente nuestra fe y que como Bartimeo nos enseñe a ver de manera nueva las diferentes realidades que vivimos.

 

Reflexionemos:

¿Qué obstáculos nos impiden llegar hasta Jesús como Bartimeo?, ¿qué necesitamos que Jesús haga por nosotros hoy?

 

Oremos:

Ayúdanos, Señor, a superar los obstáculos que nos impiden ir a tu encuentro para confiarte nuestras necesidades. Danos la capacidad de ver con nuevos ojos, la realidad actual que vivimos y descubrir en ella, un medio que nos una más a ti y a las necesidades de nuestros hermanos. Amén.

 

Recordemos:

La fe en Jesús tiene el poder de salvarnos.

 

Actuemos:

Dejemos resonar en nuestro corazón a lo largo de esta jornada, la pregunta que Jesús dirige a Bartimeo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Respondámosla según nuestras necesidades más profundas.

 

Profundicemos:

La fe en Jesús requiere de momentos de oración y de intimidad que nos lleven a orar la vida y reconocer su presencia en ella (Libro: Desde el manantial).

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