26 de Junio

“Por sus frutos los conocerán”

(Mt 7, 15-20)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

En este pasaje, san Mateo brinda a la comunidad una norma para poder reconocer a falsos profetas y maestros: saber discernir lo bueno y lo malo de su mensaje y su comportamiento. La clave del discernimiento espiritual es sencilla: al árbol se le conoce por sus frutos, puesto que “todo árbol bueno da frutos buenos; el árbol malo da frutos malos”. Inicialmente pueden engañar, aparecer como personas rectas, pero, en algún momento salen al descubierto y quedan a la luz sus verdaderas intenciones. La finalidad del discernimiento es descubrir a dónde pretenden llevar a la comu- nidad esos falsos profetas: “Hermanos queridos, no crean a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Hagan más bien un discernimiento para ver si pertenece a Dios” (1Jn 4, 1). Puesto que todo árbol bueno da frutos buenos, todo cristiano está llamado a dar el amor de Cristo, quien nos llama a ser fermento en la sociedad, semilla de su reino que germine bajo la luz de la caridad.

Tomado de: La Palabra, Pan de vida. Comentario al Evangelio diario 2024, Paulinas – Comentarios: Raúl Enrique Castro Chambi, S.J. y Carlos Cardó, S.J.

 

Preguntémonos: ¿Cuál es el criterio para discernir al falso profeta? ¿Cómo sé si estoy viviendo la justicia del Reino y entrando así en el Reino de los Cielos? ¿Qué “frutos” de vida nueva están esperando de mí que todavía no se ven?

 

Oremos: Señor, ilumina mi vida para que siempre esté alerta y pueda discernir lo que puede desviarme de ti. Dame sabiduría para afianzar mi fe. Ayúdame a proteger lo que generosamente me has dado y que pueda manifestarlo mediante frutos de vida eterna. Amén.

 

Actuemos: Descubramos nuestros frutos buenos y malos: con los buenos agradecemos a Dios y con los malos, busquemos la forma hacerlos frutos buenos, primero aceptándolos y después tomando acciones para cambiarlos o eliminarlos de nuestra vida.

 

Recordemos: “Señor concédeme la gracia de nunca más apartarme de ti”.

 

Profundicemos: Cuando recibimos la Eucaristía, Dios nos asemeja en sí mismo, nos transforma en sus sarmientos, en extensiones de su amor a los hombres. Los frutos producidos de esta ventajosa unión, son increíbles. Porque apacigua nuestros miedos, transforma nuestras tristezas en alegría, y convierte nuestros odios en Amor.

 

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