“El bautismo de Juan, ¿de dónde venía?”
(Mt 21, 23-27)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El inicio de la novena de Navidad nos adentra casi que de forma inmediata al misterio de la encarnación del Hijo de Dios y su obra salvífica en medio del mundo, de la historia, de su tiempo. De ahí, que el evangelista Mateo presente hoy la pregunta capciosa realizada a Jesús por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, a quienes la identidad de Jesús manifestada en sus obras, los lleva a colocar en duda su autoridad.
A la pregunta, Jesús responde con otra colocando en evidencia el testimonio profético de Juan el Bautista. Era claro para los sumos sacerdotes y los ancianos la identidad de Juan, y la fuerza de su mensaje profético era creíble, de hecho, la respuesta es un problema para ellos. El signo a través del cual todos reconocían su profetismo era el bautismo, porque todos sabían que en el Jordán perdonaba los pecados. Así es el don de Dios. La autenticidad brilla por sí misma y no es posible fluctuar mediaciones porque lo que el Bautista anunciaba con su voz estaba respaldado por el testimonio de sus obras, de sus hechos, de lo que él mismo era.
Reflexionemos: Como los sacerdotes y ancianos del pueblo, ¿soy quién constantemente hago preguntas buscando los signos o, en el silencio del corazón, en el don de la oración, busco contemplar el modo de vida que revela al “Dios con nosotros”?
Oremos: Ven, Señor Jesús, a habitar en nuestra mente, lugar donde las preguntas son más frecuentes, no solo en el misterio de nuestra fe, sino también en las relaciones con quienes amamos. Con tu gracia conduce el corazón hacia la contemplación de los signos que manifiestan tu presencia aquí y ahora. Amén.
Actuemos: La vivencia de la fe en la práctica de nuestra vida nos coloca más allá de las preguntas que la razón pueda hacerse para entender el misterio, se trata de contemplar en la cotidianidad de la vida, de tal forma que contemplando se vean las obras, se entiendan los signos. Entonces las preguntas han sido resueltas porque la vida misma ha escrito las respuestas y no ha necesitado explicaciones a preguntas que buscan motivos.
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