“Curo a muchos enfermos de diversos males”
(Mc 1, 29-39)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El evangelio de hoy nos presenta como era una jornada de Nuestro Señor Jesucristo, una jornada dedicada a los demás, a los pobres, a los humildes, la cual concluye con la oración. Una oración de escucha del Padre, de lucha y de búsqueda para no detenerse en el camino y en la misión que el Padre le había confiado. La oración hace brotar en nuestro corazón una fuente inagotable de agua viva. Volviendo al texto, al inicio no habla de un milagro aparentemente insignificante, la curación de la suegra de Pedro, dice que él la cogió, la tomo de la mano y la levanto, no dice si ella creyó en él, pero inmediatamente se le paso la fiebre y empezó a servirles, a ejemplo del maestro, que vino para servir a todos. Esta mujer que no contaba para la cultura hebrea, hace de su casa una Iglesia, a la que acuden muchos para ser sanados. Podemos preguntarnos hoy ¿de cuál fiebre debemos ser sanados nosotros, de modo que nuestra casa sea una Iglesia en la que muchos encuentren acogida, sanación y liberación?
Reflexionemos: El evangelio de hoy nos presenta una jornada cotidiana de Nuestro Señor en la que se dedica a servir y a hacer el bien, concluyendo su día con la oración y el encuentro con su Padre Dios.
Oremos: Señor Jesús, hoy quiero darte gracias, porque eres mi maestro, mi modelo en el servicio, en hacer el bien, en la cercanía a las personas y en la oración. Amén.
Actuemos: Hoy tomaré un espacio de tiempo para ir y visitar a algún amigo o pariente enfermo, para alegrarle el día y expresarle cuanto lo extraño.
Recordemos: Jesús, se levantó de madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar.
Profundicemos: Hemos visto como era la jornada intensa de Jesús, podemos preguntarnos, como es nuestra jornada, qué hacemos nosotros a lo largo del día, qué espacios de oración reservamos, cuánto bien hacemos.
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