“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”
(Mc 7, 31-37)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Jesús continúa su peregrinación salvadora. Por donde Él pasa, el mal desaparece y florece la vida. Volviendo por Sidón le llevaron a un hombre que era sordo y mudo rogándole que impusiera sus manos sobre él. Jesús sana con una sola palabra y, a veces también, a distancia. Esta vez, realiza varias acciones.
Lo primero que Jesús hace es separar al enfermo de la gente; esto nos lleva a pensar que en su situación quizás influye su propio ambiente. Tomando consigo al enfermo, el Señor se concentra en él y estableciendo una relación personal con él, en un ambiente de intimidad, toca los oídos y la lengua del enfermo, pero eso no basta. Jesús también mirando al cielo implora la ayuda del Padre Eterno y le dice al enfermo: “Ábrete”, como pidiéndole que también colabore en su propia sanación.
Hermanos, hoy el Señor nos pide que abramos todo nuestro ser a su acción salvadora. En estos momentos difíciles de nuestra vida no podemos ser sordos a la llamada del Señor. O nos abrimos a la o perecemos.
¡Jesús quiere salvarnos!
Reflexionemos: ¿Soy consciente de las sorderas que me están impidiendo una relación personal con Jesús? ¿Mi mente y mi corazón están abiertos para escuchar la voz del Señor?
Oremos: Señor Jesús, sana la sordera de mi mente y mi corazón que tantas veces me impide la conversión radical y profunda que tú esperas de mí. Ayúdame a ser más dócil a la voz de tu Santo Espíritu. Amén.
Actuemos: Haré todos los días un buen examen de conciencia para habituarme a escuchar la voz del Señor.
Recordemos: “Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: ‘Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos’”.
Profundicemos: “Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos puede curar” (José Antonio Pagola).
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