“Abrahán, su padre, saltaba de gozo pensando ver mi día”
(Jn 8, 51-59)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El conflicto contra Jesús, explota, los adversarios lo confrontan e intentan matarlo. Y se desvela la profunda relación de Jesús con su Padre. El Señor lo obedece hasta el final. Es una revelación: “Yo lo conozco”. En esta expresión se afirma la íntima relación de Dios con el Hijo. Los enemigos lo acusan diciéndole que “tiene un demonio”; no logran entender al Señor, están cerrados, su mente no logra descubrir este maravilloso misterio. Jesús responde a las acusaciones de sus adversarios diciéndoles que no tiene ningún demonio, que obedece a su Padre. Jesús afirma que quien se adhiere a la vida, supera la muerte, y que el que cree en Él, tendrá vida para siempre.
Reflexionemos: Jesús vive una relación profunda con el Padre y esta relación es también de obediencia, una obediencia hasta dar su propia vida por la humanidad. ¡Cuántas situaciones tenemos que resolver en nuestra vida! Solo con la ayuda de Dios, podremos superarlas siendo obedientes y leales a su amor. Dispongo un tiempo para la oración y en ella, le presento a Dios las situaciones que vivo. Le pido al Señor me conceda paz y serenidad para que Él siga iluminando mi camino.
Oremos: Señor Jesús, enséñame a guardar tu Palabra en mi corazón y a permanecer unido a ti para siempre. Solo así podré superar con fe y esperanza las dificultades que el seguimiento y la vida a diario me presenta. Amén.
Actuemos: Organizo mi vida de tal forma que preparo un tiempo de mi jornada para encontrarme con Dios en la oración.
Profundicemos: “Y es precisamente ‘esto y aquello lo que no entendían los doctores de la ley’. No entendían la alegría de la promesa; no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la alianza. No entendían. Y no sabían alegrarse, porque habían perdido el sentido de la alegría que llega solamente por la fe” (Papa Francisco).
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