“Maestro, haz que pueda ver”
(Marcos 10, 46-52 )
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
La curación del ciego de Jericó, es el último milagro narrado por el evangelista Marcos. El texto nos coloca en el camino del ¨seguimiento de Jesús¨. Muchas veces los verdaderos ciegos somos nosotros, los bautizados, los discípulos que no queremos ver; pero nuestra ceguera será vencida solamente en la contemplación de la luz de Jesús en la cruz: solo delante de este misterio, caen de nuestros ojos las lagañas que impiden ver, disueltas en las lagrimas de quien ha comprendido la entrega de un amor fiel que va más allá de toda traición. Este llanto como el del ciego de Jericó, es el milagro más grande de Jesús, el cambia el corazón del discípulo, ilumina sus ojos, lo sana para que comprenda el misterio del Hijo de Dios.
Reflexionemos: Como al ciego de Jericó, hoy el Señor quiere sanar mis ojos, quitar las lagañas, para que yo lo vea a él y vea el camino, para poder seguirlo, un camino que me conduce al servicio y a la libertad.
Oremos: Maestro bueno, hazme consciente de mi ceguera, de mi fragilidad y de mi impotencia para seguirte, sáname Señor, haz que mi mirada se vuelva a ti. Amén.
Actuemos: Señor hay situaciones de mi vida ante las que experimento mi impotencia, hazme ver la otra cara de la moneda, porque en cada situación estas tú, sanándome y quitando la venda que hay en mis ojos.
Recordemos: Dijo Jesús: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: Maestro que vea. Jesús le dijo: vete, tu fe te ha salvado.
Profundicemos: El ciego del evangelio, representa la comunidad a cada uno de nosotros que pide a Jesús, que abra nuestros ojos para ver el camino y poder seguirle.