1 de abril

“Comuniquen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”

(Mt 28, 8-15)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Al inicio del camino pascual, en la octava de Pascua, el texto del Evangelista Mateo presenta dos versiones de una única realidad. La versión de la luz, vivida por los discípulos de Jesús; y la versión de las tinieblas, vivida por los soldados, los sacerdotes y los ancianos. Sin embargo, antes de las decisiones que cada uno tomó para actuar en consecuencia con los acontecimientos, todos vivieron los mismos sentimientos.

Las mujeres, afirma el texto, se han marchado del sepulcro a toda prisa y con un sentimiento que puede perturbar el corazón y confundirlo a la hora de tomar decisiones: el miedo; pero a la vez, a las mujeres las acompañaba otro sentimiento gozoso: la alegría. Sentimiento que fue confirmado por la presencia de Jesús que salió a su encuentro y les dijo: “¡Alégrense!”.

Este encuentro con la persona de Jesús les permitió a ellas hacer experiencia concreta del Maestro, con sentimientos profundamente cercanos y familiares: el abrazo y la postración. El abrazo, condición de la fraternidad e igualdad de hermanos; y la postración, signo del reconocimiento de la divinidad de Jesús.

La voz que las mujeres escucharon: “No teman: ‘vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’”, imprimió en ellas la certeza de ir confiadas a hacer el anuncio. “Vayan a comunicar”, las mujeres son testigos de lo que han visto y oído, de la experiencia del corazón. Ir a Galilea implicaba ir a la cotidianidad del mundo de Jesús, de los apóstoles, de los discípulos, sin embargo, el Maestro no estaba vivo, había muerto en una cruz, condición que volvía el acontecimiento escandaloso.

Mientras las mujeres hicieron experiencia viva de Jesús en el camino, la guardia y los sumos sacerdotes también comunicaron lo ocurrido, pero de forma diversa. Ellos no habían hecho la experiencia de Jesús como las mujeres, se habían limitado a cuidar el cadáver como espectadores y si bien también sintieron miedo, llegaron al acuerdo con los ancianos, la fuerte suma de dinero sostuvo una mentira: “digan que”, e implicaron de esta manera a los soldados en la mentira propia de la noche y el sueño, donde la luz no habita y la oscuridad domina la tiniebla.

 

Reflexionemos: ¿Los acontecimientos que sacuden mi existencia me hacen salir de prisa a la luz? o ¿hacia dónde conducen mis pasos?

  

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, del dolor de la cruz hemos atravesado al don de la resurrección. Que tu luz ilumine nuestras vidas, nuestras existencias. Amén.

 

Actuemos: En la cotidianidad de mi vida, ¿qué experiencia vivo: la de la luz o la de las tinieblas?

 

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