La fidelidad de una promesa…

Cántico de Simeón (Completas)

Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos

luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos.

Amén.

Ensanchar la tienda”, actitud misionera que nos lleva hacia la plenitud de nuestra vocación cristiana, nos da la oportunidad de volver al estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura,  que se expresa con palabras, con la presencia, con lazos de amistad.

Con motivo de la jornada de los ancianos en el 2015, el papa Francisco hacía una bellísima reflexión sobre la figura de Simeón, por supuesto, también de Ana, porque sus vidas ya cansadas por el peso de los años, pero no siendo motivo para perder su vitalidad, esperaban con todo su corazón ver un día la promesa del Señor cumplida, la llegada del Mesías.

Por ello ese cántico que surge de la profundidad de la existencia, recoge la fidelidad de la espera, la paciencia que jamás desespera, pasos cada vez más cansados, el cumplimiento de una profecía, la vitalidad de una entrega, la plenitud de una vida, su misión y vocación, la consagración plena al Señor.

En la vida consagrada, el testimonio de los ancianos, aquellos que han perseverado en la fidelidad del amor y del anuncio alegre, puede ser un signo diciente para tantos hombres y mujeres en su consagración al Señor.

Dos ancianos descubren la novedad

“Es interesante observar de cerca esta entrada del niño Jesús en la solemnidad del templo, en medio de un gran ir y venir de numerosas personas, ocupadas en sus asuntos: los sacerdotes y los levitas con sus turnos de servicio, los numerosos devotos y peregrinos, deseosos de encontrarse con el Dios santo de Israel.

Pero ninguno de ellos se entera de nada. Jesús es un niño como los demás, hijo primogénito de dos padres muy sencillos. Incluso los sacerdotes son incapaces de captar los signos de la nueva y particular presencia del Mesías y Salvador. Sólo dos ancianos, Simeón y Ana, descubren la gran novedad. Guiados por el Espíritu Santo, encuentran en ese Niño el cumplimiento de su larga espera y vigilancia. Ambos contemplan la luz de Dios, que viene para iluminar el mundo, y su mirada profética se abre al futuro, como anuncio del Mesías: «Lumen ad revelationem gentium!» (Lc 2, 32). En la actitud profética de los dos ancianos está toda la Antigua Alianza que expresa la alegría del encuentro con el Redentor. A la vista del Niño, Simeón y Ana intuyen que precisamente él es el Esperado.

La Presentación de Jesús en el templo constituye un icono elocuente de la entrega total de la propia vida para cuantos, hombres y mujeres, están llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, «los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente» (Exhort. apost. postsinodal Vita consecrata, 1). Por esto, el venerable Juan Pablo II eligió la fiesta de hoy para celebrar la Jornada anual de la vida consagrada.”

Luz de las naciones

)“El icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia relacionaron esta irradiación con el camino espiritual. La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial, como «filocalia», amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios (VC 19).

En el rostro de Cristo resplandece la luz de esa belleza. «La Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para confirmarse en la fe y no correr el riesgo del extravío ante su rostro desfigurado en la cruz... Ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio y envuelta por su luz. Esta luz llega a todos sus hijos… Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado es, ciertamente, la que tienen los llamados a la vida consagrada. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo»." (VC 15).

Don de la profecía

84“El icono evangélico manifiesta la profecía, don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplan al Niño Jesús, vislumbran su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las naciones y anuncian este misterio como salvación universal. La vida consagrada está llamada a ese testimonio profético, vinculado a su actitud tanto contemplativa como activa.

En efecto, a los consagrados y las consagradas se les ha concedido manifestar la primacía de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra. «En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que él vive... La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia» (VC 84) . De este modo la vida consagrada, en su vivencia diaria por los caminos de la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente y operante.”

La Presentación del Niño

“El icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. «”Faciem tuam, Domine, requiram”: tu rostro buscaré, Señor (Sal 26, 8).

La vida consagrada es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del rostro del Señor y de los caminos que llevan hasta él (cf. Jn 14, 8)… La persona consagrada testimonia, pues, el compromiso gozoso a la vez que laborioso, de la búsqueda asidua y sabia de la voluntad divina» (cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instrucción El servicio de la autoridad y la obediencia. Faciem tuam Domine requiram [2008], I).”

ORACIÓN

Oh María, Madre de la Iglesia, te encomiendo

toda la vida consagrada, a fin de que tú le alcances

la plenitud de la luz divina: que viva en la escucha

de la Palabra de Dios, en la humildad del seguimiento

de Jesús, tu hijo y nuestro Señor, en la acogida

de la visita del Espíritu Santo, en la alegría cotidiana

del Magníficat, para que la Iglesia sea edificada

por la santidad de vida de estos hijos e hijas tuyos,

en el mandamiento del amor.

Amén.

 

(Reflexión tomada de la homilía en las Vísperas de la fiesta de la Presentación del Señor, Benedicto XVI, 02 febrero de 2011).

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