Reflexión

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San Agustín de Hipona,

Obispo y doctor de la Iglesia (354 - 430).

 

Agustín, cuyo nombre en latín significa “pequeño venerable”, nace en Tagaste, Numidia, el 13 de noviembre del 354, en el seno de la familia de Mónica y Patricio, ella cristiana y él pagano.

Después de una juventud azarosa, su espíritu es golpeado por la lectura del Hortencio de Cicerón. Se convence de la vanidad de las cosas de este mundo, respecto a la verdadera sabiduría. Pero ¿Dónde encontrarla? Se hace seguidor del maniqueísmo, en el que, sin embargo, no halla una respuesta adecuada a su sed de verdad. Enseña en Cartago, en Roma y, posteriormente, en Milán, donde inesperadamente lo alcanza su madre, Mónica.

Agustín se convierte, y recibe el bautismo de manos de Ambrosio. Después vuelve a Tagaste, en el 388, vende sus bienes, ofrece el producido a los pobres y con algunos compañeros entre los que están Alipio, Evodio y Adeodato, emprende fuera de la ciudad una vida monástica.

Pronto es llamado a hacerse sacerdote y, luego, obispo de Hipona. Dedica toda la vida a la enseñanza, al estudio, a la defensa de la fe y de la moral cristiana.

 

Ama y haz lo que quieras

Canta con la vida

Da lo que pides y pide lo que quieras

 

Son algunas de las expresiones de sabiduría que llenan los numerosos escritos de Agustín. Entre los más famosos se encuentran las Confesiones y La Ciudad de Dios.

Amado y venerado por sus dotes de corazón y de inteligencia, muere mientras su ciudad es asediada por los vándalos.

Protector de los teólogos y filósofos, de los editores y tipógrafos.

 

Tomado del libro: Un santo para cada día, Vol II, Paulinas.

 

 

Corazón Inquieto

 

El Papa Francisco, recordando a san Agustín que decía: “Tengo miedo de que Jesús pase y no me dé cuenta”, llama la atención sobre la importancia de “estar vigilantes, porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios”.

Así refiere en su exhortación apostólica Christus vivit:

“No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso nos quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva: ‘Tu juventud se renueva como el águila’ (Sal 103,5). Por eso San Agustín se lamentaba: ‘¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!’”.

En su exhortación, el Papa Francisco también se refiere a la sana inquietud “insatisfecha” especialmente en los jóvenes, que es además “la característica de cualquier corazón que se mantiene joven, disponible, abierto. La verdadera paz interior convive con esa insatisfacción profunda. San Agustín decía: ‘Señor, nos creaste para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti’”.

Pidamos al Señor, la gracia de un corazón siempre inquieto, que nunca se canse de buscar a Aquel único, capaz de saciar las ansiedades y anhelos más profundos de la existencia humana: Dios, el Amor que nos ama, nos busca y nos espera. A leer la historia de nuestra vida con una mirada llena de amor y fe, acogiendo los dones de Dios en cada paso que ha sustentado en nuestro camino.

 

Enamorarse de Dios es

el más grande de los romances.

Buscarlo, la mayor de las aventuras.

Encontrarlo, la mayor de las realizaciones.

 

Libro recomendado:
https://paulinas.org.co/libreriavirtual/las-confesiones-de-san-agustin/

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