Pablo sin fondo

Obediencia, Pobreza y Castidad

 

"La obediencia es la máxima libertad,

la pobreza es la mayor riqueza,

la castidad es el mayor amor".  

Beato Santiago Alberione.

La Obediencia en san Pablo

“Den gracias a Dios por todo, pues esta es la voluntad de Dios con respecto a ustedes.”

1 Tes 5, 18.

San Pablo deseaba desde hacía tiempo quería llevar el Evangelio a Asia, Jonia, Lidia y Siria; pero nunca había podido hacerlo. Finalmente, tras haber tomado consigo a Timoteo y haber visitado las Iglesias fundadas por él, fue allá con algunos compañeros. Pero apenas llegado, el Espíritu Santo le prohibió predicar allí. Y Pablo obedeció prontamente. Quiso entonces pasar a Bitinia y lo dispuso todo para ir; pero de nuevo el Espíritu se lo prohibió; y san Pablo enseguida se sometió en obediencia.

Bajó entonces a la región de Tróade, y se le apareció un ángel vestido de macedonio, que de pie le suplicó: ¡Pasa aquí a Macedonia y ayúdanos! San Pablo, siempre obediente, dejó Tróade, atravesó el mar, desembarcó en Samotracia y, sin detenerse, fue directamente a Filipos, capital de Macedonia. Y allí permaneció, a pesar de que al principio el fruto fuera escaso, a pesar de que fuese encarcelado y azotado a sangre, hasta que el Señor le dejó ver que podía ya irse.

Para valorar adecuadamente esta obediencia es preciso entender que trasladarse de un lugar a otro exigía meses de largos y peligrosos viajes. Pero san Pablo, cuando se trataba de obedecer, no dudaba nunca, ni titubeaba, ni buscaba excusas.

Obediencia pronta, alegre, constante…

Pronta: hemos de hacer como san Pablo, que se dirige a Jesús y le dice: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Y apenas conocida la voluntad de Dios, enseguida está pronto, sin aguardar más, e inmediatamente actúa.

Alegre: no murmurando ni con tristeza, sino según dice san Pablo: “Con gozo”.

Confiada: incluso y especialmente cuando no se conocen bien las razones, aun cuando nos parece que se debería hacer lo contrario, “para que, seamos con toda sencillez y candor, hijos de Dios sin reproche alguno”.

Constante: incluso en las cosas más difíciles, también cuando uno es ya de edad avanzada, cuando nadie nos observa, tal como nos dice san Pablo: “hagan todo sin titubeos”.

San Pablo no cesa de insistir en esta virtud: Hijos, obedezcan a sus padres; siervos, obedezcan a sus amos […] La vida de san Pablo fue toda ella obediencia: recibió el bautismo por obediencia; en Jerusalén, donde había ido a predicar, apneas hecho cristiano, se le apareció Jesús y le dijo: sal luego de Jerusalén porque este pueblo no te creerá… Pablo observó: Señor, ellos saben que fui perseguidor y blasfemo; si me ven convertido, también ellos se convertirán. Y Jesús: no es así, vete, yo te he escogido para llevar mi Evangelio a países lejanos entre los gentiles. Y san Pablo obedeció hasta morir a espada.

San Pedro le había mandado retirarse a predicar en Tarso, y Pablo obedeció. San Pedro en el concilio de Jerusalén le ordenó de nuevo emprender un viaje apostólico con Bernabé, y él así lo hizo. San Pedro le envió a llevar una carta a Antioquía, y Pablo otra vez obedeció. Por lo demás, siempre que san Pablo cambiaba el lugar de sus misiones o afrontaba sus viajes, lo hacía todas las veces tras largas oraciones para conocer la voluntad del Señor.

Jesús le hablaba, o directamente por medio de san Pedro; por visiones, por hechos y circunstancias especiales. Y san Pablo estaba siempre pronto a la voz de Dios, fueran cual fuesen sus intenciones y sus puntos de vista: la obediencia ante todo.

OBSEQUIO: Haz el examen de conciencia sobre este punto: ¿obro porque entiendo las razones o porque lo manda Dios?

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

Santiago Alberione, El Apóstol Pablo, inspirador y modelo. Roma: San Paolo, 2008.

(Adaptación de la meditación del Beato Timoteo Giaccardo, día 7).

La Pobreza en san Pablo

“He aprendido a arreglármelas en cualquier situación. Sé pasar necesidades y vivir en abundancia.” Fil 4, 11b-12.

La pobreza puede ser una necesidad o una condición; pero la pobreza amada frente a las riquezas, es una virtud que nuestro Señor vivió. Quien desapega su corazón de las cosas materiales adquiere libertad de espíritu para servir al Señor; y la pobreza, practicada como lo hace el religioso, es también un heroísmo cristiano que pertenece a los consejos evangélicos.

San Pablo recomienda la pobreza con insistencia: “contentémonos con tener alimentos y donde refugiarnos; enriquezcámonos de los bienes eternos del paraíso, pues nada trajimos a este mundo y, sin duda, nada podremos llevarnos después de la muerte”. De hecho, en ese momento, ¿de qué podrán valer las riquezas?

San Pablo, según nos suelen decir, era de una familia clase media. Hubiera podido llevar una vida bastante holgada; pero renunció a todo por servir a Jesucristo. Él, como los apóstoles, iba de ciudad en ciudad, de región en región, con el equipaje aconsejado por Cristo, es decir, sin alforja, con un solo par de calzado, apenas lo necesario para vestirse.

¿Y para arreglarse en la vida?

A menudo era la desnuda tierra, el suelo de un cuarto, al simple reparo de una planta; así viajaba jornadas enteras, bien bajo el azote del sol o bien bajo el frío o la lluvia pertinaces.

¿Y el alimento? Escaso, frecuentemente recibido como limosna, siempre muy parco; cuando podía, ganado con el trabajo de tejer esteras para los soldados, porque aun diciendo que el obrero merecía el salario, él escribirá después a sus hijos: “Bien saben que no he pretendido de ustedes oro o vestido o dinero; saben que cuanto yo necesitaba me  lo ganaba con el trabajo de mis manos”. Y recuerda también como en muchísimos lugares padeció hambre, sed y gran penuria en todo.

El espíritu de pobreza implica ante todo que nos contentemos con nuestra condición de vida: si somos pobres, vivamos como pobres. ¿Nos tocará alguna privación, alguna mortificación? Aceptémoslo todo con espíritu de paciencia y de unión con nuestro Señor Jesucristo, que vivió y murió mucha más pobre que nosotros.

En el alimento, el vestido y el alojamiento sepamos contentarnos siempre. En segundo lugar, no nos afanemos en pensar: ¿Qué comeremos o cómo nos vestiremos? Sabe nuestro Padre qué necesitamos; por nuestra parte trabajemos cuando nos es permitido; tengamos cuidado de las cosas que usamos, no malgastemos nada y hagamos economía con sensatez. Finalmente, quien quiera ir más adelante prívese de lo que tiene.

OBSEQUIO: rezar el Padrenuestro y luego hacer una obra de caridad a alguien que lo necesite.

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

Santiago Alberione, El Apóstol Pablo, inspirador y modelo. Roma: San Paolo, 2008.

(Adaptación de la meditación del Beato Timoteo Giaccardo, día 8).

La Castidad según Pablo

“A nadie le debas nada más que en amor” Rm 13, 8.

 Es la virtud que se permite reservar para Dios todas las fuerzas. San Pablo es el doctor de la bella virtud. Da a las viudas reglas para su estado de vida, consolida a los ancianos y estimula a los jóvenes a practicarla, la proclama como fruto del Espíritu Santo, la predica como  fundamento de las familias cristianas, la busca como signo de vocación y la recomiendo con esmero a los ministros de Dios.

San Pablo no hacía misterio alguno de su castidad, que estimada como precioso tesoro. Esta virtud es delicada, como el cristal se empaña con un simple soplo y como la azucena se marchita con un leve tacto, así resulta gravemente dañada. Basta un pensamiento, un deseo, una palabra, una mirada, un acto para atentar contra la castidad; por otra parte, es como si estuviera puesta sobre un vaso frágil y las tentaciones son muchas – indistintamente del estado de vida que sea, nadie está exento. Ante esto recuerda el apóstol la huida de las ocasiones, guardar el corazón, vigilancia y oración (Adaptación de la meditación del Beato Timoteo Giaccardo, día 8).

Un desafío a la capacidad de amar

En san Pablo encontramos distintas expresiones que exhortan a vivir la castidad en un sentido mucho más amplio, sin embargo, es muy radical frente a situaciones concretas que viven las comunidades, especialmente frente a los estados de vida, quien está casado que viva como casado, quien está soltero que viva como soltero, igual para las viudas, los jóvenes y ancianos. Debemos comprender las exhortaciones dentro del contexto y no trasladar sin más a nuestros contextos.

Hoy podemos decir, según san Pablo, la castidad es un desafío a nuestra capacidad de amar y sobre este tema, el apóstol es un experto: perdonar al que nos ofende, dar sin condiciones, creer sin evidencias, mantenerse firmes en el Señor, vivir en escases o abundancia agradeciendo siempre por cuanto Dios dispone, salir de sí mismos, pulsar las intenciones del corazón, la forma en cómo me relaciono conmigo mismo, con el prójimo, con Dios. Es aprender a ver todo y a todos con la mirada de Dios: “La mirada cargada de rencor, amargura, escepticismo, esparce a su alrededor una sombra oscura que empaña el resplandor natural que hay en todo lo creado.” (Juan Manuel Martín, SJ).

 

Es un don que nos viene de Dios, el cual nos permite experimentar que verdaderamente solo Él es capaz de dar plenitud a nuestra existencia humana, solo Él puede invitarnos a amar siempre más.

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

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