Fe, Esperanza y Caridad

"Y ahora permanecen estar tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más excelente de todas es el amor."

1Cor 13,13.

La Fe de san Pablo

"La fe es anticipo de lo que se espera,

prueba de lo que no se ve"

(Hb 11, 1).

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La fe es la primera y más fundamental virtud, pues constituye, el principio de la vida, “anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven” (Heb 11,1). Sin ella es imposible agradar a Dios, dijo san Pablo, o mejor lo dijo Jesús: quien no cree no podrá salvarse.

 

Más aún, la vida, el fervor, el celo, la esperanza, la caridad de un cristiano depende del grado de fe que él tenga. Quien tiene verdadera fe obra milagros: la fe genuina transporta montañas. Claro, se trata de una fe como la del beato Cottolengo –confiando solamente en el auxilio de la Divina Providencia, abrió una casa para acoger a toda clase de pobres, enfermos y abandonados (1842)– él solo tenía más fe que miles de cristianos juntos. Y bien precisamente esta fe viva, profunda, sentida es la que poseía san Pablo.

 

Él escribía que el justo vive de fe, y él fue justo: sentía una fe tan profunda que advertía la necesidad de comunicarla a los demás […] Llena el alma de esa fe viva, incluso al pensar en el juicio de Dios, exclamaba satisfecho: “en mi vida he conservado siempre la fe: fidem servavi” (cf. 2Tim 4, 7) y por ella aguardaba el premio eterno: “entremos, pues, los que hemos creído, en el descanso” (cf. Heb 10,22).

Una fe firme

Es necesario considerar también que la fe de san Pablo fue constante ante las más grandes dificultades. Después de su conversión, no tuvo ni un momento de duda, ni un momento de titubeo, incluso frente a graves dificultades. Los hebreos le montaron toda clase de conflictos y objeciones, pero él no cedió, no dudó; le llegaron persecuciones de sus connacionales porque creía en Jesucristo, pero nunca vaciló; le amenazaron de muerte, pero no se amedrentó ni siquiera ante el verdugo. Al contrario, a medida que pasaban los días de su vida, la fe se hacía cada vez más firme en su corazón, viendo los prodigios que se multiplicaban en sus propias manos.

¿Tienes tú una fe viva, firme? ¿Crees todas las palabras del Evangelio?

Una fe activa

La fe tiene que ser activa, pues sin obras la fe es un cadáver. Se salva solo quien cumple la voluntad del Señor. ¿Y san Pablo? No solo creyó firmemente, sino que escuchó la voz de Dios que le llamaba a llevar el nombre de Jesucristo a todo el mundo. En el camino de Damasco, alcanzado por la gracia del Señor, pregunta: ¿Qué debo hacer? El Señor le ordena, le mando lo que en aquel momento era más arduo: humillarse a pedir el bautismo y empezar una vida opuesta a la de antes. Y él pide el bautismo a quienes precedentemente había perseguido. El espíritu del Señor había dicho: “Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he encomendado” (cf. Hch 13, 2) –es decir, con los gentiles. Y Pablo trabajaría ahí hasta la muerte.

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

 

Santiago Alberione, El Apóstol Pablo, inspirador y modelo. Roma: San Paolo, 2008.

(Día 2).

Pablo sin fondo

La Esperanza de san Pablo

"Te basta mi gracia"

2 Cor 4, 7.

La esperanza es la segunda virtud teologal. La esperanza requiere una dulce confianza en la misericordia de Dios, pues solo por esta misericordia podemos obtener el perdón de los pecados y la gracia. Requiere además que no pensemos en nuestros méritos, pues por nosotros solos es imposible.

San Pablo había sido detenido, esposado, encarcelado, llevado ante el rey Agripa porque creía en la resurrección de los muertos. Para no ser condenado había apelado al César y por tanto fue enviado a Roma, bajo la guardia de los soldados, se embarcó en una nave que zarpaba para Roma. Con él iban otros muchos viajeros. Esperaba llegar –pues un ángel se lo había anunciado–, pero su esperanza pasó por muchas pruebas duras.

Cerca de Creta se desató una gran borrasca que dejó a la nave a merced de las olas: se arrojó la carga y los aparejos de la nave, y por 14 días estuvieron en gravísimo peligro de naufragar. San Pablo, no temiendo nada, tranquilizaba siempre, seguro de convertir a la gente que con él navegaba, unas 270 personas.

En Malta otro naufragio: tampoco entonces san Pablo perdió el ánimo, confiando solo en Dios. Llegados a tierra, a Pablo le mordió una víbora, pero no experimentó daño alguno, al contrario, hasta curó al padre de Publio, gobernador de la isla. Entonces muchos creyeron en nuestro Señor Jesucristo, obró muchos prodigios y convirtió a numerosas personas.

Poco después llegaba salvo a Roma, salvo por su firme esperanza en Dios.

Un ancla de la existencia

San Pablo poseía esta virtud, que nace de la fe viva y tiene tanta fuerza en un corazón cuanta hay de fe en él.

Ahora bien, en san Pablo la fe era heroica. Lo confesaba él mismo cuando escribía: “hemos sido salvados del error por la esperanza. Más, decía, no perdamos la esperanza pues en ella hay grandes méritos. Y rebosando de gozo al pensar en el cielo decía: la esperanza es para nosotros como un ancla de la existencia, sólida y firme, que entra además hasta el otro lado de la cortina, hasta el lugar donde como precursor entró por nosotros Jesús. Somos hijos de Dios, y si somos hijos, somos también herederos, coherederos del cielo (cf. 1Tes 4, 13).

Cuando alguien sufría mucho por la pérdida de sus seres queridos, les decía: no seamos como quienes no teniendo la esperanza de reabrazarlos se afligen inconsolablemente. Y en las propias angustias se confortaba diciendo: Me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día; y no solo a mí, sino también a cuantos aman a Jesucristo. Ante los peligros y las tentaciones confiaba vencer por la palabra de Dios: “te basta mi gracia” (2Cor 4,17).

En ti, Señor, he esperado, ¡no quedaré defraudado!

San Pablo exhortaba a los fieles de Corinto: una aflicción tan ligera y breve nos procura una gloria incomparable y eterna.

Pidamos al Señor esta gran virtud y ejercitémonos en ella con actos frecuentes, recordando los pensamientos de san Pablo: Jesús ha muerto por nosotros, Él ha orado por nosotros; ahora que vive en el cielo, allí ruega por nosotros y se ofrece al Padre por nosotros continuamente.

Sin embargo, hay dos contrariedades a la esperanza: la desesperación y la presunción. A quien espera se adaptan muy bien las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Cualquier cosa que pidan al Padre, les aseguro que la obtendrán” (cf. Jn 15,7).

Por otra parte, san Pablo nunca presumía de sí. No creamos jamás ya estar seguros en la virtud, temamos nuestra fragilidad. Hermosa es la expresión de san Felipe Neri: Estoy desesperado de mí, pero todo lo espero del Señor.

Los frutos de la esperanza son una dulce serenidad en medio a todas las penas; el considerarnos constantemente peregrinos en la tierra; el desapego de los bienes de este mundo que son solo medios; el trabajo constante y la oración para obtener las gracias.

OBSEQUIO: rezar un acto de esperanza.

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

 

Santiago Alberione, El Apóstol Pablo, inspirador y modelo. Roma: San Paolo, 2008.

(Día 3).

El amor en san Pablo

"Si no tengo amor, no soy nada...

Si no tengo amor, de nada me sirve" 

1Cor 13, 1ss.

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La caridad hacia Dios

La caridad es una amistad, un amor que mostramos en nuestro corazón hacia nuestro Padre celeste y hacia nuestros hermanos. El amor a Dios y al prójimo son como dos rayos de la misma llama.

La caridad puede presentar varios grados en un corazón: desde el simple estado de gracia se puede llegar hasta los más encendidos actos de deseo y de amor de muchos santos.

San Pablo empieza por asegurarnos de poseer la gracia en nuestro Señor cuando escribe: El amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón con la fuerza del Espíritu Santo que se nos ha dado. Luego exhorta a los fieles de Éfeso a crecer con él cada día en la amistad de Dios; después pide a los filipenses que suban con él más arriba. Sabemos lo encendido que estaba en su corazón el fuego del amor de Dios por lo que escribía sobre su íntima unión con nuestro Señor Jesucristo hasta decir que ya no vivía él sino Jesucristo en él.

Si por suma desventura estuvieras distante del Señor, procura cuanto antes volver al estado de amistad con el Señor. El amor a Dios nos lleva a entendernos a menudo con él. Y bien, ¿te mantienes unido a Dios en tus pensamientos y sentimientos? El amor de Dios nos hace rechazar el pecado.

Hacer todo en el amor…

Por ejemplo, nos aprovechan los ardientes deseos que tenía san Pablo de poseer y acrecentar siempre la caridad. “El amor de Cristo nos apremia, ¿Quién podrá separarme del amor a Jesucristo?, ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿las persecuciones?, ¿la espada? Ah no, ni ángeles ni soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos, ni ninguna otra criatura podrá privarme de eses amor de Dios, presente en Cristo Jesús, mi Señor” (cf. Rm 8, 35-39). “Mi vida es Cristo” (Fil 1, 21).

Estoy crucificado con Cristo Jesús” (cf. Gal 2, 20). “Todo me parece basura comparado con el conocimiento de Jesucristo, por cuyo amor estoy decidido a despreciarlo todo con tal de poseerle a él” (cf. Fil 3, 8).

San Juan Crisóstomo dice que el apóstol había ido tan adelante en el amor a nuestro Señor Jesucristo que se podía afirmar no darse ya dos corazones, sino uno solo: “El corazón de Pablo era el corazón de nuestro Señor Jesucristo”.

OBSEQUIO: A lo largo del día recuerda frecuentemente el consejo de san Pablo: hágase todo en el amor.

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

 

Santiago Alberione, El Apóstol Pablo, inspirador y modelo. Roma: San Paolo, 2008.

(Adaptación de la meditación del Beato Timoteo Giaccardo, día 4).

La caridad hacia el prójimo

 

Esta fue la conducta de san Pablo: sus antiguos correligionarios habían intentado matarle por lo menos cuatro veces, otras habían suscitado tumultos contra él, le habían hecho azotar a sangre, en más de una ocasión fue arrastrado por ellos a los tribunales. ¿Y cuáles fueron las venganzas del apóstol? Las más dulces venganzas de amor; volver siempre a escribirles para atraerlos a la verdadera fe, recibir con la más grande bondad a los convertidos, ir a verlos aun con peligro de la vida, recoger limosnas en la cristiandad para llevárselas durante una carestía, dirigir en todas las ciudades su inflamada palabra siempre a ellos en primer lugar.

El amor a Dios tiene un signo externo por el que se conoce fácilmente: el amor al prójimo. En esto dijo el Divino Maestro “conocerán todos que sois discípulos míos, en que os tenéis amor entre vosotros”.

El amor a Dios es el primer precepto, el amor al prójimo es el segundo, y en ellos está todo el Evangelio. Quien ama al prójimo, y no por mera sensibilidad o inclinación, tienen un amor siempre igual, siempre puro, siempre constante. Quien ama al prójimo cuida de él: consuela al afligido, aconseja al que tiene duda, enseña al que no sabe, reprende al que hace daño, perdona las ofensas, soporta las molestias, ruega a Dios por todos; socorre al necesitado, ayuda a los demás, presta sus servicios, etc. (son estas las obras de misericordia).

Recordemos que Jesucristo considera como hecho a él mismo lo que hacemos a nuestros semejantes, sea en el bien como en el mal. Toda la vida del apóstol fue caridad, un apostolado de bien con los demás, tanto que san Juan Crisóstomo escribió: “Tal como el hierro, puesto al fuego, se vuelve también el fuego, así Pablo, inflamado de amor se hizo todo amor”.

La caridad es paciente, es afable y benéfica;

no tiene envidia; no es temeraria ni engreída;

no se jacta; no es grosera ni egoísta;

no lleva cuentas del mal ni se exaspera;

no piensa mal; no simpatiza con la injusticia,

sino que se goza en la verdad;

disculpa siempre; no falla nunca.

¿Es así nuestra caridad?

Ya fuera con las Cartas, o de viva voz, unas veces con oraciones, otras con amenazas, aquí directamente él, allá trámite sus discípulos, usaba todos los medios para estimular a los fieles, mantener a los fuertes, levantar a los flojos y a los caídos en pecado, curar a los heridos y reanimar a los tibios, rebatir a los enemigos de la fe: excelente capitán, intrépido soldado, hábil médico, a todos daba abasto. Y en el fervor de su amor el Apóstol decía que se había hecho todo a todos para salvarlos, y preguntaba: ¿Dónde hay una necesidad que no acuda yo a remediarla? ¿Quién se encuentra en apuros que no vaya yo prontamente a socorrerle? […] A los Colosenses les escribía: ´Gozo en sufrir por ustedes´; y a los Tesalonicenses: ´Mi ardiente deseo era no solo anunciarles el Evangelio sino dar mi vida por ustedes´.

San Pablo describe a quien es de veras caritativo con su prójimo: revestido de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de paciencia, soportándose mutuamente las ofensas.

Él nos exhorta a amarnos en paz unos a otros como si formáramos una familia, o mejor un solo cuerpo y una sola alma, soportando los defectos de los demás.

OBSEQUIO: mirar la imagen de san Pablo y repetir sus palabras: “¿Quién de ustedes está alegre que no me goce con él? ¿Quién de ustedes llora que no llore también yo con él?”

San Pablo apóstol, ruega por nosotros.

Santiago Alberione, El Apóstol Pablo, inspirador y modelo. Roma: San Paolo, 2008.

(Adaptación de la meditación del Beato Timoteo Giaccardo, día 5).

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