Dios de Promesas
A pocas horas de celebrar la Navidad, la invitación final es para contemplar una vez más la fidelidad de Dios en sus promesas, porque todas se cumplen en Jesús. Todo el ritmo del Adviento nos ha colocado en camino, como aquel que siguió la estrella, con la certeza en el corazón de que las promesas de Dios se cumplirán, pues él viene a nuestro encuentro. Por tanto, a veces, ponerse en camino es también lanzarse con fe hacia horizontes que no alcanzamos a ver, pero creemos en ellos porque sabemos que Dios es la garantía, aunque esta no es mágica, implica el compromiso y valentía de creer, de arriesgar, de confiar.
Dios no cambia de opinión, somos nosotros quienes rompemos el compromiso cuando dejamos de intentar, de celebrar, de disfrutar, cuando el humor se acaba y los motivos ya no resplandecen, cuando llegan las brumas y tocamos fondo, cuando el frío envuelve nuestro corazón y somos empujados hacia otros caminos, cuando nos invade la duda y el temor, cuando nos damos por vencidos ante la falta de evidencias.
Esta dinámica de inconstancia no solamente se da con Dios, sino con nosotros mismos y con los otros, tal vez, lo que un día prometimos, con el tiempo ya no es lo que deseamos. ¿Alguna vez te prometieron algo y no lo cumplieron? ¿Recuerdas alguna promesa que has roto? ¿Qué sentiste?
Lo que creemos, esperamos, amamos, a veces puede escurrirse ante nuestros ojos, tal vez, la vida o el tiempo nos sugieran otros caminos, otros proyectos, si llega ese momento en que debamos cambiar de camino cuando antes nos habíamos comprometido con algo diferente, si por los motivos que sean elegimos cambiar nuestras opciones… nunca dudemos que Dios jamás nos dejará solos. Él nos quiere felices, no atados a compromisos sin libertad ni amor. Él nos ayudará a seguir buscando el camino indicado, Él que es fiel a sus promesas, Dios con nosotros, cada día y siempre.
ESPERARÉ POR TI
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
Atento y expectante, paciente y caminante.
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
Abierto a las sorpresas, confiado en tus promesas.
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
Camino hacia Belén a dónde tú me dices ¡ven!
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
Con María por compañera, nuestra dulce consejera.
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
En el silencio de José, aprendiendo de su fe.
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
Porque el amor espera y sabe dar la vida entera.
Esperaré por ti. Esperaré contigo.
Ven y no tardes tanto, mira que me agobia el cansancio.
Ven, tú, nuestro consolador y ayúdanos a vivir en tu amor.
Y así, abrazando nuestra cruz, ¡Caminaremos juntos a tu luz!
(Genaro Ávila-Valencia, sj).
Promesas ya cumplidas…
Lo más maravilloso del trayecto es descubrir que hay muchas promesas que Dios ya ha cumplido en nuestra vida a lo largo del camino. ¿Cuáles son esas promesas de Dios que ya se han cumplido en mi historia, en la vida de mis seres queridos, en mis entornos cotidianos?
Dios no juega con nosotros, nuestra vida es preciosa a sus ojos. Él cree en nuestra capacidad de elegir, de luchar, de soñar, en nuestra pasión por aquello que elegimos, cuando lo hacemos con madurez, conciencia y compromiso, porque es nuestra propia vida la que se pone en juego, entonces, Dios nos ofrece caminos, y una vez elegido uno, nos acompaña en cada paso de ese andar. Solamente que a veces vamos distraídos y no lo notamos, se vuelve imperceptible, pero ahí está, cumpliendo sus promesas cotidianamente, incluso en los momentos de crisis, de las cuales salimos más fuertes, más plenos.
Entre la espera y el ir andando el camino, sabiendo o sin tener la más mínima idea de lo que esperamos o perseguimos, pero dispuestos a aceptar lo que sea sin poner condiciones al regalo de Dios, aunque a veces nos sorprenda y desarme nuestra vida, aún en esos momentos, jamás dejemos de creerle. Así lo hicieron María y José, así lo hicieron Isabel y Zacarías, los pastores, los magos… Dios cumplió la promesa para cada uno de ellos, hoy la vemos cumpliéndose una vez más en nuestra historia.
Promesas de Dios que se siguen cumpliendo hoy en el hermoso regalo de nuestra familia, de la salud, del trabajo, de los amigos y hermanos de camino… pero también en vivir responsablemente la promesa dada tanto a Dios como a las personas, y no se trata de vivir desde la perfección, sino desde la permanencia, el saber estar según lo prometido, y dejar que el tiempo vaya forjando vínculos más y más maduros, profundos, verdaderos en el don de esa promesa.
Esta experiencia no puede darse sin un verdadero discernimiento, de tal manera que ante un elección no resulte fácil echarse atrás, porque implica romperse a sí mismos; pidamos al Señor, la capacidad de comprometernos contra viento y marea, nos conceda el don de la fidelidad, que no se trata de solamente “aguantar” ni “soportar”, sino que esta fidelidad se radique más y más en el amor… Señor, danos la gracia de amar nuestras elecciones, de defender nuestras decisiones, de luchar por nuestros sueños, de apasionarnos por lo que somos y hacemos.
En Jesús se cumplen todas las promesas de Dios, una promesa que llega vestida en pañales, abrigada por el calor de los más sencillos y humildes de su época, entre los afanes de un lugar para nacer, en lo escondido... cada uno de estos lugares pequeños o momentos ordinarios, son ocasión para el cumplimiento de las promesas de Dios, tal como aconteció con su nacimiento, nadie lo esperaba así, sin embargo, la humanidad entera exultaría de asombro y gozo, porque en su Hijo, Dios nos lo ha dado todo.
La tierra prometida
No era un lugar, la tierra prometida.
No era una hermosa parcela,
un trozo de paraíso o un terreno que llamar propio.
No era el vergel o el oasis, el refugio o la calma.
No era volver al Edén.
Era la gente. Esa era la promesa.
Un mundo de encuentros. Una amistad posible.
El amor echando raíz.
Eran aquellos a quienes siempre podías volver.
Estaba en todas partes. Como el mismo Dios.
(José María R. Olaizola, sj).
Después de hacer memoria y agradecer la presencia de Dios en nuestra historia, especialmente a lo largo de este año, sigamos andando, que nunca faltará una estrella que guíe en el oscuro camino, y si hemos de detenernos, que sea:
Para volver nuestra mirada agradecida al Dios de la vida, siempre presente en nuestra historia. Para abrazar nuestra fragilidad y dejarnos tocar con la ternura de Dios. Para regocijarnos por las grandes obras del Señor en el camino. Para tomar impulso y seguir andando, sin detenernos, aguardando las promesas de Dios, que siempre ha estado y viene en cada instante de nuestra vida.