Tiempo de Encuentro Profundo y Converisión
El Adviento nos invita a celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su primera venida.
Este Jesús que nació en Belén volverá al final de los tiempo. El primer Adviento que vivieron los cristianos, fue la espera del retorno glorioso de Jesús al final de los tiempos.
Por ello, para el Papa Francisco "Jesús no es un personaje del pasado: también hoy Él sigue iluminando el camino del hombre".
Una clara voz resuena
que las tinieblas repudia,
el sueño pesado ahuyéntase,
Cristo en el cielo fulgura.
Despierte el alma adormida
y sus torpezas sacuda,
que para borrar los males
un astro nuevo relumbra.
De arriba llega el Cordero
que ha de lavar nuestras culpas;
con lágrimas imploremos
el perdón que nos depura,
porque en su nueva venida
que aterroriza y conturba,
no tenga que castigarnos,
mas con piedad nos acuda.
Al Padre eterno la gloria,
loor al Hijo en la altura,
y al Espíritu Paráclito
por siempre alabanza suma.
Amén.
Conversión y alegría verdadera
El Adviento nos invita a vivir en el presente de nuestra vida diaria la presencia viva de Jesucristo en nosotros y, por nosotros, en el mundo. Estar siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y en el amor.
El papa Francisco nos exhorta permanentemente a "hacer siempre presente a Jesucristo, Príncipe de la paz, trabajando por la verdad y la justicia".
En esta época de Aviento se nos invita a vivir dos grandes actitudes:
· A vivir la alegría que aparece desde ya reflejada en el texto de Isaías del miércoles de la primera semana de Adviento: "Este es Yahvé en quien esperábamos; alegrémonos, saltemos de gozo por su salvación" (Is 25, 9).
· A experimentar el llamado a la conversión que resuena en la voz de Juan Bautista, el gran profeta del Adviento: "Conviértanse, que ha llegado el reino de los cielos"
(Mateo 3, 2).
“Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé.
Pero ahora, Señor, en este Adviento, clamo a Ti:
Ven a mi vida y transforma mi corazón.
Despiértame de mi letargo,
quita de mí todo lo que me aleja de tu amor,
y haz que mi corazón arda en el deseo de buscarte.
Te he buscado en las cosas del mundo,
pero solo en Ti, que te hiciste carne por amor,
mi alma encuentra descanso.
Oh Señor, no permitas que me desvíe,
y enséñame a caminar por tus sendas.
En este tiempo de espera, renueva mi espíritu,
hazme humilde para aceptar tu luz
y generoso para compartirla con mis hermanos.
Ven, Señor Jesús, y hazme nuevo,
porque solo Tú puedes convertir mi corazón.
Amén.”
- (Inspirada en San Agustín)
¡El Reino de Dios entre los hombres aquí y ahora!
"Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha guiado, lo ha custodiado, ha prometido que le estará siempre cerca. En el Libro del Deuteronomio leemos que Dios camina con nosotros, nos guía de la mano como un papá con su hijo.
Esto es hermoso. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo. Y también es una consolación, un misterio de consolación. Muchas veces, después de la misa de Nochebuena, pasé algunas horas solo, en la capilla, antes de celebrar la misa de la aurora, con un sentimiento de profunda consolación y paz. Para mí la Navidad siempre ha sido esto: contemplar la visita de Dios a su pueblo.
¿Cuál es el mensaje para las personas de hoy?
Nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas:
·La primera: tengan esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Es el papá que nos abre las puertas.
·Segunda: no tengan miedo de la ternura. Cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se vuelven una Iglesia fría, que no sabe dónde ir y se enreda en ideologías, en las actitudes mundanas. Mientras la sencillez de Dios te dice: sigue adelante, yo soy un Padre que te acaricia.