Rosario
Primer misterio: La anunciación y el nacimiento de Jesús.
“María, reina del cielo y de la tierra, celebro y alabo que el Señor a quien agradaste en tu humildad, fe y virginidad te haya concedido el privilegio único de elegirte para ser la Madre del Salvador, nuestro Maestro, luz verdadera del mundo, sabiduría eterna, fuente y primer apóstol de la verdad”
Segundo misterio: La agonía y muerte de Jesús.
“María, reina de todos los ángeles…, recuerda el doloroso y solemne momento en que Jesús desde la cruz, te confió a Juan como hijo, y en él a todas las personas, especialmente los apóstoles”.
Tercer misterio: La venida del Espíritu Santo en el cenáculo.
“María, virgen inmaculada…, alégrate porque fuiste maestra, formadora, fortaleza y madre de los apóstoles, reunidos en el cenáculo para invocar y recibir la plenitud del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, renovador de los apóstoles”.
Cuarto misterio: La asunción de María.
“María, entrañable madre nuestra…, pienso en el momento dichoso en que pasaste de esta vida al encuentro definitivo con Jesús. Con amor de predilección, Dios Padre te glorifico en cuerpo y alma”.
Quinto misterio: La coronación de la Virgen María.
“María, estrella del mar, nuestra vida y reina de la paz…, dichoso el día en que la Santísima Trinidad te coronó como reina del cielo y de la tierra, mediadora de todas las gracias y madre nuestra amabilísima”.
(Rosario de la Reina de los Apóstoles, por el Beato Santiago Alberione).
A Nuestra Señora de la Asunción
María, entrañable Madre nuestra, puerta del cielo, fuente de paz y de alegría, auxilio de los cristianos, confianza de los agonizantes y esperanza de los desesperados: pienso en el momento dichoso para ti en que dejaste esta vida para ir al encuentro definitivo con Jesús.
Con amor de predilección, Dios Padre te glorificó. Te contempló elevada sobre los ángeles santos, los confesores y las vírgenes, los apóstoles y los mártires, los profetas y los patriarcas, y también yo, a pesar de mi indignidad, me atrevo a unirme a ellos, con voz de pecador arrepentido, para alabarte y bendecirte.
María, concédeme una decisión firme de vivir en continua conversión para que, después de una muerte santa, te alabe por siempre uniendo mi voz a la de todos los santos.
Me consagro a ti, y por ti, a Jesús: renuevo hoy, conscientemente y en presencia de todos los redimidos, las promesas hechas en el Bautismo. Renuevo, colocando en tus manos, el propósito de luchar contra mi soberbia y de mantenerme en un constante esfuerzo por superar mi defecto principal.
María, refugio de los pecadores, estrella de la mañana, consoladora de los afligidos, realizan la obra más bella: transfórmame de pecador en gran santo.
(Beato Santiago Alberione).