¡Qué belleza!, nos encontramos ante dos ciegos, de los que mucho tenemos que aprender. Con seguridad han oído hablar de Jesús. Tienen afinado el oído, para escuchar que Jesús está pasando, tienen el valor de seguirlo por el camino, haciendo oír su voz, hasta que logran alcanzarle. Su fe en que Jesús puede devolverles la vista, es firme. Y Jesús atribuye la curación a esta fe tan grande que tienen. La fe en Jesús y la petición de salud van de la mano. Y una vez que recuperan la vista, pese a que Jesús les dijo que nadie se entere de esto, ellos no pudieron callar, sino que lo divulgaron con valentía. Y encontramos también a la gente que le presenta a Jesús a un mudo endemoniado. Jesús expulsa al demonio, y el mudo empieza a hablar. Dos curaciones distintas: devuelve la vista y devuelve el habla. El poder ver y poder hablar nos permiten comunicarnos con los demás.
¿Somos conscientes, que la fe nos sostiene, nos da fuerza y nos empuja a seguir adelante?
Señor, Jesús, cura las cegueras de mi corazón que me impiden reconocer tu presencia en cada realidad que vivo y en las personas que pones a mi lado. Ayúdame a reconocer también aquellas actitudes que no me permiten comunicarme de mejor manera con los demás. Amén.
La fe que estos hombres tenían en sus corazones no les ahorró ningún esfuerzo, para alcanzar a Jesús. La ceguera no siempre es física, tenemos aquí la ceguera espiritual de los fariseos que al ver que Jesús expulsa al demonio de la persona muda, atribuyen, que esto lo hace con el poder del jefe de los demonios.

Escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica, nos despierta, desinstala, y en el buen sentido de la palabra, nos cambia la vida. Las invocaciones, tienen su valor, pero no debemos quedarnos solo en ello, sino pasar a la acción, cumplir la voluntad de Dios; y para saber cuál es la voluntad de Dios, basta ver el ser y el obrar de Jesús. Escuchar el Evangelio es una cosa, pero el ponerlo en práctica no pocas veces, nos queda cuesta arriba. Y lo más común es acostumbrarnos a escuchar y nada más. Nosotros somos cada uno la casa, pero nuestra roca es el Señor, si nuestra vida la cimentamos en Él, no habrá situación por adversa que sea que nos derrumbe; en cambio sino no tenemos a Dios como base sólida, cualquier contratiempo, dificultad y sufrimiento que no faltarán porque son parte de la vida, nos hundirán como personas, en la angustia y depresión. La voluntad de dios es Jesús… y Jesús es incompatible con la injusticia.
La oración es importante en nuestra vida, pero, ¿tenemos la fuerza para darnos cuenta de que la oración nos debe empujar a la acción?
Señor, Jesús, yo también quiero construir mi vida sobre la roca firme de tu Palabra. Enséñame a escucharla con mayor atención, apertura y docilidad. Que en este tiempo de Adviento pueda contemplar tu presencia en cada cosa que vivo. Amén.
La voluntad de Dios es Jesús. La casa somos cada uno de nosotros, cimentemos nuestra vida sobre esa roca firme que es el Señor, de esta manera, no habrá adversidad por dura que sea, que nos derrumbe.

La humanidad de Jesús es un ejemplo a seguir, no solo anuncia el Reino de Dios, sino que cura a los enfermos. Cuán importante es para los seres humanos tener salud, y esto quien mejor para saber y salir al encuentro que Jesús. La gente que veía estas curaciones quedaba maravillada. Pero hay un segundo aspecto, Jesús se da cuenta de que el alimento es importante. Y he aquí su expresión a sus discípulos: “siento compasión de esta gente que lleva ya tres días y no tienen que comer”. El sentido de la palabra compasión es profunda, significa: “padecer con”, “sufrir con”. Jesús no es indiferente ante el problema de la falta de alimento, así que sale al encuentro. Y bastarán siete panes y unos pocos peces, que bendecidos, serán alimento suficiente para mucha gente que estaba esos días con él. Cuando se comparte, no falta. El padre, José Luis Martín Descalzo decía: “Señor, da pan a los hambrientos y hambre de ti a los satisfechos”.
¿Somos capaces de compartir, aunque sea de lo poco que tenemos con quien vemos que lo necesita?
Señor, Jesús, abre mi corazón en este tiempo de Adviento a la gratuidad y a la generosidad. Que como tú aprenda a no ser indiferente al dolor y a las necesidades de quienes caminan a mi lado y compartir con ellos todo lo que tengo con alegría. Amén.
La salud y el alimento, son una necesidad y nosotros lo sabemos, pues en nuestros países ricos en recursos, la desigualdad es visible. El acaparamiento de la riqueza en pocas manos, globaliza el problema del hambre en el mundo y son frágiles los sistemas de salud pública.

En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien”. Que hermosa oración y que verdad tan grande encierra, pues no pocas veces, nos encontramos con personas, que podríamos considerar entre comillas “poca cosa” porque no tienen títulos, ni un cargo según nuestros criterios, y al acercarnos a ellas, escucharlos, quedamos maravillados de poder ver a Dios en su vida y de cómo han acogido al Señor en su corazón. El ser sabios y entendidos tiene su valor, sin embargo, se puede caer en el quedarse en el conocimiento de Dios a nivel intelectual, sin que toque la vida. Y Jesús en esta oración, reconoce a Dios como Padre, Señor del Cielo, es decir trascendente y Señor de la tierra, y he aquí la cercanía de Dios en nuestra vida. Para acoger a Dios en nuestra vida, necesitamos tener el valor de la humildad y la sencillez.
Está bien tener títulos que nos capacitan para servir en la sociedad, pero ¿tenemos la humildad suficiente para descubrir a Dios, en las personas, sencillas que, desde su vida simple, nos hablan de Dios?
Señor, Jesús, dame la gracia de aprender en este camino de Adviento a ser humilde y pequeño. A tener en tu Palabra la sabiduría de vida que me permita reconocer la bondad que has sembrado en el interior de todos aquellos que me rodean. Amén.
Conocemos a Dios, por medio de Jesús, que le reconoce como Padre, y que se llena de alegría cuando ve que se manifiesta a los humildes. Cuánto tenemos que ver y aprender de nuestra gente, que nos transparenta su vida llena de fe en Dios.

Un centurión, era un oficial del ejército romano, que tenía bajo sus órdenes a un buen grupo de solados, y llama mucho la atención que sea él quien vaya al encuentro de Jesús para pedirle que cure a su sirviente. Y además ante su pronta, le dice que basta que Él lo diga de palabra y su sirviente quedará sano, y esto le dice a Jesús teniendo en cuenta que él como oficial del ejército romano, tiene solados y sirviente bajo sus órdenes y que apenas les da una orden, ellos lo cumplen. Y es maravillosa su expresión fruto de su fe en el Señor y en su palabra, cuando expresa: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, basta una palabra tuya y mi criado quedará sano”.
Mi creer no en algo, sino alguien que es Jesús, ¿va de la mano con mi manera de ser y de actuar ante Dios y ante los demás, de manera especial ante tantas personas, marcadas por el sufrimiento?
Señor, Jesús, dame la gracia de aprender en este camino de Adviento a ser humilde y pequeño. A tener en tu Palabra la sabiduría de vida que me permita reconocer la bondad que has sembrado en el interior de todos aquellos que me rodean. Amén.
Jesús se maravilla ante la fe del centurión y la elogia públicamente. Que, en este tiempo de Adviento, pese a la dura realidad que vivimos, no permitamos que nada ni nadie, nos robe la valentía y la esperanza, y que no dejemos de ser solidarios y salir al encuentro de nuestros hermanos que sufren.

Jesús utiliza una imagen sencilla y cercana: la higuera y los árboles que brotan, anunciando que el verano está próximo. Así enseña que los signos son una invitación a leer la realidad con ojos de fe. El mensaje clave es doble: Los signos anuncian el Reino. Aquello que parece solo confusión o cambio es, en realidad, el inicio de algo nuevo que Dios está realizando. La Palabra de Jesús es segura y eterna: Todo puede cambiar, incluso el cielo y la tierra, pero su Palabra nunca pasará. Ella es roca firme en la que podemos sostener nuestra vida. Recibamos la invitación de Jesús: Confiar en su Palabra: Hacer de la Biblia un alimento diario que fortalezca la fe. Vivir con esperanza: Reconocer que los cambios y dificultades no son el final. Estar atento a los signos: Observar cómo Dios actúa en lo pequeño, en los gestos sencillos y cotidianos. Dar testimonio: Ser, como la higuera, un signo que anuncia vida y esperanza a los demás.
¿Qué signos del Reino de Dios descubro hoy en mi vida o en mi comunidad? ¿Confío en la fuerza de la Palabra de Jesús, aun cuando todo lo demás parece inseguro? ¿Qué promesas de Dios necesito recordar en este momento de mi vida? ¿Estoy atento a los brotes de esperanza que Dios hace germinar en medio de mis dificultades?
Jesús Maestro, tu Palabra es firme y eterna, más fuerte que el cielo y la tierra. Enséñame a leer los signos de tu amor en la historia de cada día, y a confiar en que tu Reino está cerca y se hace presente. Haz que mi corazón esté siempre atento a los brotes de vida nueva que anuncian tu presencia entre nosotros. Amén.

Jesús anuncia un tiempo de dolor, destrucción y miedo, usando como referencia la caída de Jerusalén, pero con una mirada que trasciende lo histórico y se proyecta al fin de los tiempos. Habla de días difíciles: guerras, desastres, angustia y miedo. Sin embargo, el mensaje central no es el terror, sino la esperanza: “Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza; se acerca su liberación”. El cristiano no vive paralizado por el miedo, sino confiado en la promesa de que el Señor vuelve con poder y gloria. La tribulación no es el fin, sino el inicio de algo nuevo: la plena manifestación del Reino de Dios. Recibamos la invitación de Jesús: Vivir la esperanza activa: No quedarse en el miedo o la queja, sino actuar con confianza en Dios. Interpretar los Signos de los Tiempos: Ver más allá de los problemas y descubrir en ellos oportunidades para crecer en fe. Caminar con la cabeza erguida: Mostrar al mundo que nuestra esperanza está en Cristo, no en lo que pasa alrededor. Acompañar a otros: Ser luz para quienes sienten miedo, recordándoles que Dios nunca abandona.
¿Qué situaciones de crisis en mi vida me han hecho sentir miedo o desesperanza? ¿Confío en que Cristo está presente y actuando incluso en medio de los momentos difíciles? ¿Qué señales de vida nueva puedo reconocer hoy en medio de mis problemas?
Jesús Maestro, cuando el mundo parezca derrumbarse, cuando el miedo y la confusión quieran dominarme, recuérdame tu promesa: que vienes con poder y gloria, y que mi liberación está cerca. Dame la gracia de vivir vigilante, con el corazón firme en tu amor y la mirada alzada hacia ti, esperando tu venida con esperanza y alegría. Amén.

Jesús no oculta a sus discípulos que seguirlo tiene un costo. Serán perseguidos, rechazados y hasta traicionados por sus seres más cercanos. Pero no los deja solos: La persecución será oportunidad de testimonio. Él mismo pondrá palabras y sabiduría en sus labios. La salvación se alcanza con perseverancia. Este mensaje no es para atemorizar, sino para fortalecer. La promesa final es clara y poderosa: “Ni un cabello de su cabeza perecerá; con su perseverancia salvarán sus almas.” Es un llamado a confiar en la fidelidad de Dios y a mantener la fe viva, incluso cuando todo alrededor parezca adverso. ¿Estoy dispuesto a ser testigo de Cristo, incluso si eso implica incomprensión o rechazo? Recibamos los consejos de Jesús: Vivir con valentía: No esconder la fe en ambientes donde se rechaza a Cristo. Confiar en el Espíritu: Antes de hablar o actuar, pedir su guía para dar testimonio con amor y firmeza. Practicar la perseverancia: Seguir orando, sirviendo y amando incluso cuando la vida se complica. Ser apoyo para otros: Animar a quienes sufren por su fe o por situaciones difíciles, recordándoles que Dios nunca abandona.
¿Busco mis propias palabras y argumentos, o confío en que el Espíritu me guiará? ¿Cómo puedo perseverar en mi fe cuando me siento débil o cansado? ¿Quiénes hoy me necesitan como signo de esperanza y valentía en medio de la dificultad?
Jesús Maestro, en medio de las pruebas y dificultades, hazme fiel testigo de tu amor. Dame la valentía de no negar mi fe, la confianza de saber que nunca me abandonas y la perseverancia para mantenerme firme hasta alcanzar la salvación que prometes.Amén.

Los discípulos, impresionados por la belleza del templo, escuchan de Jesús una afirmación desconcertante: “No quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. Jesús les invita a no aferrarse a las seguridades materiales ni a dejarse arrastrar por el miedo ante crisis, guerras o desastres. Su mensaje es claro: La historia es frágil y cambiante, pero Dios es eterno y fiel. No se dejen engañar por quienes prometen salvación fácil o anuncian falsos fines del mundo. Mantengan la fe firme, porque, en medio de cualquier caos, su presencia es certeza y paz. Este texto no es solo anuncio de catástrofes; es una llamada a vivir con confianza y esperanza, sabiendo que la verdadera seguridad está en Cristo, no en las estructuras humanas. Recordemos que Jesús nos pide: Soltar seguridades falsas: No aferrarse a lo material, al éxito o a la apariencia. Vivir en vigilancia activa: Estar atentos a Dios en los signos de cada día, sin caer en alarmismos. Cultivar la confianza: Recordar que Cristo está presente en medio de cualquier tormenta de la vida. Ser voz de esperanza: Animar a quienes viven con miedo o confusión, recordándoles que Dios tiene la última palabra.
¿En qué cosas pongo mi seguridad que no son eternas? ¿Me dejo invadir por el miedo ante las crisis, o confío en la fidelidad de Dios? ¿Cómo puedo mantenerme vigilante y fiel en medio de la incertidumbre? ¿Sé discernir la voz de Jesús entre tantas voces que confunden?
Jesús Maestro Camino, Verdad y Vida enséñame a no poner mi confianza en lo que pasa y se destruye, sino en tu amor que nunca falla. Que, en medio de los cambios y las pruebas, sepa mantener la calma y la fe, y que mi vida sea siempre un signo de esperanza para quienes temen y se sienten perdidos. Amén.

Jesús observa a los que depositan su ofrenda en el templo. Muchos ricos daban grandes sumas, pero desde lo que les sobraba. En cambio, una viuda, símbolo de pobreza y vulnerabilidad, deposita solo dos pequeñas monedas, las cuales representaban todo lo que tenía para vivir. Jesús no mira la cantidad, sino el amor y la confianza con que se da. Para Él, el valor de la ofrenda no está en el número, sino en el corazón que se entrega sin reservas. Esta viuda se convierte en un modelo de generosidad, desapego y fe total en Dios. Recordemos las recomendaciones de Jesús: dar con amor, no por obligación. Revisar el corazón antes de ofrecer cualquier cosa a Dios o al prójimo. Hacer pequeños gestos diarios. Ofrecer tiempo para acompañar a alguien, escuchar, servir o animar. Confiar en la providencia. Creer que, al dar incluso en la pobreza, Dios nunca abandona. Valorar las ofrendas humildes. Reconocer el valor de quienes, en silencio, entregan todo lo que tienen por amor.
¿Doy a Dios y a los demás solo lo que me sobra, o me entrego con generosidad? ¿Confío en que Él proveerá, incluso cuando doy desde mi pobreza? ¿Cómo puedo ofrecer no solo bienes materiales, sino también mi tiempo, talentos y corazón? ¿Soy capaz de reconocer y valorar las ofrendas humildes de los demás?
Jesús Maestro, enséñame a dar con alegría y confianza, sin cálculos ni miedos. Que mi ofrenda, aunque pequeña, sea grande a tus ojos por el amor con que la doy. Hazme generoso con mi tiempo, con mis dones, y con mi corazón entero para ti y para mis hermanos. Amén.


