Notemos que el Evangelio de hoy dice que cuando Jesús terminó de hablar un fariseo le rogó que fuera a comer con él. ¡Que experiencia más hermosa! Recordemos que un fariseo en tiempos de Jesús formaba parte de un grupo religioso influyente y conservador; eran conocidos por su estricta observancia de la ley mosaica y la tradición oral. Igualmente, solían tener conflictos con Jesús. Entonces, las palabras de Jesús tocaron profundamente al fariseo hasta el punto que dice el texto que le “rogó” fuera a comer con él. Jesús entró a su casa y se puso a la mesa con él. Un hecho sencillo desató un cuestionamiento hacia los fariseos que tienen una actitud arrogante para juzgar el cumplimiento de la ley desde lo externo. El Señor dice: “Den limosna de lo que hay dentro y tendrán limpio todo”. Y en otro momento, Jesús dice: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Significa que lo que decimos es un reflejo de nuestros sentimientos e intenciones más profundas. Una persona con sus palabras o su proceder revela lo que verdaderamente hay en su interior, ya sea para bien o para mal. La claridad y la firmeza con la que habla Jesús, ilumina hoy nuestra vida. Más que cumplir por cumplir con una norma, lo importante es cómo obramos desde el corazón. Este es el camino para ser feliz.
La Palabra nos invita a tener un sano equilibrio entre lo que exteriorizamos y lo que realmente revelamos de nuestro interior. Hay un claro llamado a la coherencia y transparencia de vida. Hot el Señor nos exhorta a ser sinceros, honestos, transparentes y abiertos a los demás: estos son valores que debemos cultivar diariamente. Formemos nuestro carácter para firmes convicciones. La doctora Clara Martínez en su libro la fuerza interior, nos aclara que es esa fuerza vital inherente al ser humano la que nos permite elegir, desde la libertad, ser nosotros mismos con responsabilidad. Es una forma de confrontarnos con nosotros mismos en situaciones de adversidad; es un impulso interno y profundo que hace que nos invita a que sigamos adelante. Solo así nuestros valores serán confrontados por fuertes situaciones que nos pondrán a prueba y nos darán la capacidad no solo de soportar, sino de afrontar con entereza, coraje, valentía y coherencia las adversidades de la vida.
Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman. Justicia y verdad son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza. Son estables para siempre jamás. Se han de cumplir con verdad y rectitud (Salmo 110).
Hoy procuro no juzgar a las personas por sus apariencias, sino que intento buscar la belleza interior, lo bueno y verdadero que hay en ellas.
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, juzga los deseos e intenciones del corazón”.
“No podemos quedar satisfechos dando solo dinero; el dinero no es suficiente pues se puede encontrar en otra parte. Los pobres tienen necesidad de nuestras manos para ser servidos, y de nuestros corazones para ser amados. La religión de Cristo es el amor, el contagio del amor” (Santa Teresa de Calcuta).
Jesús en el Evangelio de hoy cita la ciudad de Nínive a sus discípulos y se dirige a ellos recordándoles que era una ciudad perversa. Nínive era una gran ciudad capital donde el profeta Jonás fue enviado a predicar un mensaje de arrepentimiento. Jesús al igual que los habitantes de esa ciudad que pedían signos, les respondió que no se les dará más signo que el de Jonás. Bíblicamente un signo es una realidad espiritual, la presencia de Dios o un mensaje divino. Pero concretamente, ¿qué dijo Jonás al pueblo de Nínive? Les dijo: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!”. Este mensaje provocó que los habitantes, incluido el rey, se arrepintieran profundamente, se vistieran de luto y ayunaran, creyendo en Dios y abandonando su maldad. La gente creyó en el mensaje de Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con cilicio en señal de arrepentimiento. A nosotros nos puede pasar como al pueblo de Nínive que, teniendo todos los signos de la presencia de Dios, no nos damos cuenta de su presencia y le pedimos signos, cuando estos están ahí palpables. Jesús nos puede decir hoy: “Miren a su alrededor, miren a quienes están a su lado y perciban los signos de amor, perdón y reconciliación que Dios les ofrece; solo así construiremos una sana conversión.
En muchos contextos culturales, hemos tenido la experiencia de lo que significa el perdón y la reconciliación ciudadana; de cómo debemos ser responsables unos de otros, asumiendo de forma responsable nuestros derechos y deberes. El Papa Francisco citando la parte de la oración del Padrenuestro: “perdona nuestras deudas”, nos dice que “como necesitamos pan, necesitamos perdón”. Y así, cada día. La actitud más peligrosa que sin duda, nos hace débiles y frágiles a los ojos de Dios y ante los demás es el orgullo. Es la actitud de quien se pone delante de Dios pensando tener siempre las cuentas en orden con Él. el orgulloso cree que lo tiene todo en su sitio. Hay gente que se cree perfecta. Generalmente, la gente que critica a los demás es gente orgullosa. Hoy tenemos una responsabilidad histórica con las futuras generaciones como es la de testimoniar el bien sobre la base del amor, el perdón y la conversión ciudadana.
Señor Jesús, Divino Maestro, te pedimos por nuestra ciudad, su gente, su cultura y todo aquello que genera progreso y calidad de vida. Concédele sabiduría a nuestros gobernantes, para que gobiernen con sabio discernimiento ante las situaciones que se les presenten. Que entre todos construyamos puentes de solidaridad y paz y superemos intereses personales, tomando decisiones justas en beneficio de todos. Amén.
Hoy, hago una obra que aporte a la ciudad paz, tolerancia y reconciliación.
“El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia, se acordó de su misericordia y su fidelidad”.
“No hermanos, no es el pecador quien vuelve a Dios para pedirle perdón, sino que es el mismo Dios que corre a buscar al pecador y le hace volver a él… Espera que los pecadores hagan penitencia y les invita a través de movimientos interiores de su gracia y por la voz de sus ministros” (San Juan María Vianney).
De nuevo la Palabra de Jesús durante esta semana tiene un hilo conductor muy interesante. Después de que el Señor sana a los diez leprosos, les pide que se presenten a los sacerdotes. Nos detenemos en la expresión “vayan…”. Pero, ¿por qué Jesús los envía a ellos? Los sacerdotes, en tiempos de Jesús, eran los encargados de los servicios en el templo de Jerusalén y actuaban como mediadores entre Dios y los hombres. Pero es todavía más impactante que ellos creyeron en las palabras de Jesús. Ellos se pusieron en movimiento, obedeciendo al mandato de ir. Aquí nos encontramos con un envío y un mandato sanador. Ante una petición que le solicitemos a Jesús, Él coloca en nosotros los medios necesarios para hacer lo que Él nos diga, las personas indicadas para hacer su voluntad y las situaciones y lugares necesarios para cumplir con la acción. En esta perspectiva, recordemos el pasaje de las Bodas de Caná cuando María, la Madre de Jesús, dice a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga”. Uno de los leprosos al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús. Agradezcámosle al Señor por todo cuanto hace por nosotros sanándonos, liberándonos y otorgándonos su paz.
El leproso del Evangelio de hoy, sintiéndose sanado, se postra a los pies de Jesús y Él le dice: “Levántate, tu fe te ha salvado”. Estas palabras también son dirigidas a nosotros. Jesús nos ayuda a levantarnos para que vivamos una fe fuerte, valiente y decidida y, desde el amor y la misericordia, sirvamos a nuestros hermanos dando en todo testimonio de la presencia de Jesús en nuestra vida. Con ocasión del Año de la Fe, el Papa Benedicto XVI escribía: Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la Resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La fe que actúa por el amor (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17). En la memoria litúrgica de san Carlo Acutis encomendémosle a él nuestro camino de fe y renovación espiritual.
Señor Jesús, Divino Maestro, ten compasión de mí. Coloco en tus manos misericordiosas mi salud física y mental; restaura mis fuerzas, aumenta mi fe y reconstruye mi esperanza; aunque siento el peso de las situaciones difíciles de mi vida hazme fiel y perseverante a tu Palabra para que siempre me levante sabiendo que tú estás siempre conmigo, me amas y me dices: “No temas, yo estoy contigo”. Amén.
Extiendo hoy mis manos para poder levantar a quien necesite una palabra de ánimo y consuelo.
“Y sucedió que mientras iban de camino, quedaron limpios” (…). “Canten al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas”.
“Pide perdón y, como el hijo pródigo, échate en brazos de Dios y toma la resolución de arrancar completamente de tu corazón las plantas de los malos deseos, en especial los que más te perjudican” (San Francisco de Sales).
Hoy la palabra nos regala una bienaventuranza. Además de ser un género literario en la biblia, la bienaventuranza está constituida por una expresión inicial (del hebreo, ašrê...; del griego, makarios...) que se puede traducir como “feliz”, “dichoso”, “bienaventurado” y que califica al poseedor de la cualidad como “digno de felicidad”. Se recurre a este género para expresar una felicitación a la persona que, por tener una cualidad o por mantener una forma de conducta grata a los ojos de Dios, están relacionadas con el Señor a quien se identifica bíblicamente como el Dador de la vida y de la felicidad. En el Evangelio, Jesús habla con la gente y en medio de esta, surge una mujer que lo escuchaba; seguramente ardía su corazón al sentirse interpelada por su palabra divina. De repente, alza la voz y le dice en singular: “Bienaventurado el vientre que te llevo y los pechos que te criaron”. A lo que Jesús responde en plural: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Al parecer, esta respuesta de Jesús está dirigida a ella y a todos aquellos que lo escuchan; está dirigida también hoy –en este tiempo concreto de la historia– a quienes meditando en sus palabras diariamente, santifican su mente pensando como Jesús, santificando su corazón al estilo de Jesús, sintiendo como Jesús, y actuando como Jesús.
En la expresión de la Virgen María: “Hágase en mí según tu palabra”, se siente el deseo, la disponibilidad, la fe y la esperanza para hacer vida aquello que proviene de Dios, recordando el anuncio del arcángel Gabriel a María Santísima. La Palabra hoy nos invita a aceptar, sin reservas, la voluntad de Dios; por eso, es muy interesante reflexionar la relación que existe entre el llamado que se escucha y la acción que se ejecuta. San Lucas en su Evangelio nos invita a ser coherentes en nuestra fe, ya que la fe sin obras es una fe muerta y, la mayor de todas las obras es la caridad. Esto es una fuerte invitación a mirar desde otra perspectiva frente a lo que es urgente y lo que es necesario hacer. Es este uno de los desafíos contemporáneos más retadores. Muchas veces estamos llenos de actividades que no se disciernen, que no se piensan, que nos hacen perder el rumbo de la vida, la paz interior y la esperanza. Escuchemos la voz de Dios y pongámosla en práctica. Este es, sin duda, uno de los dones que nos harán encontrar la felicidad verdadera. San Juan XXIII vivió el espíritu de las bienaventuranzas al promover la paz, la misericordia y la unidad, guiando a la Iglesia con docilidad al Espíritu Santo, lo cual se reflejó al convocar al Concilio Vaticano II en su deseo de abrirse al mundo y a la construcción de un futuro de paz para la Iglesia y para el mundo entero.
Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo, dame la agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.
Escucho, cumplo y llevo a mi vida práctica aquello que he descubierto como un llamado de Dios a hacer “algo” por las personas que están a mi alrededor.
“Alégrense justos con el Señor”.
“María es bienaventurada también porque oyó la palabra de Dios y la cumplió: su alma guardó la verdad más, que su pecho guardó la carne. La Verdad, es Cristo; la carne, es Cristo. La verdad, es Cristo en el corazón de María; la carne, es Cristo en el seno de María” (San Agustín de Hipona).
En el Evangelio de hoy, Jesús al haber expulsado un demonio, algunos que estaban con Él para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. El Señor conociendo sus pensamientos les dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa”. Jesús posiblemente se refiere a una de las realidades que afrontó desde el Antiguo Testamento en medio de su historia: la división, que se produjo debido a las opresivas medidas de los poderosos de su tiempo. Él, conociendo sus pensamientos y sus corazones, discernía sus verdaderas intenciones, fueran buenas o malas, y respondiéndoles según su sabiduría. También les dice: “Si yo hecho los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a ustedes”. Recordemos que el Reino de Dios no es algo terrenal, ni una promesa futura para después de la muerte, sino una realidad que ha comenzado ya en la persona de Jesús. El propósito del Reino de Dios es transformar el mundo por medio de la paz, el amor y la justicia. La expresión “dividido contra sí mismo” es una metáfora real que en la actualidad cobra sentido, pues la división personal e interpersonal atenta contra la vida, la armonía y la paz.
La palabra de Jesús toca hoy nuestra división interna cuando sentimos la falta de armonía, y ello puede conducir a la ruina, bien sea en naciones, familias o comunidades. “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente” (Rm 12, 2), para que así puedan discernir la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta.
Señor Jesús, Divino Maestro, tú me examinas y conoces, sabes si me siento o me levanto, tú conoces de lejos lo que pienso. eres testigo de todos mis pasos. Hoy vengo a pedirte la paz de mi propio corazón, porque siento mi vida dividida por las fuerzas del mal; ayúdame a reconstruirme desde dentro, porque muchas veces no me comprendo ni me acepto como soy. Concédeme la gracia de aceptarme a mí mismo para aceptar a quienes me rodean. Gracias porque sé que me escuchas y atenderás mi petición. Amén.
¿Acudo regularmente a los sacramentos como medios para obtener la gracia y la paz interior?
“El que no está conmigo, esta contra mí; el que no recoge conmigo. desparrama”.
“El lugar del combate espiritual entre Dios y el enemigo es el alma humana, en cada instante de la vida. Es, pues, necesario que el alma dé libre acceso al Señor para que la fortifique por todos lados y a través de todas las armas. Así su luz puede venir a iluminar para combatir mejor las tinieblas del error. Pero para ser revestido de Cristo es necesario morir a sí mismo” (San Pío de Pietrelcina).
Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús que nuevamente habla a los discípulos, es decir, a quienes le siguen. Ellos escuchan atentamente esta parábola: “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo y viene durante la medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’”. La parábola continúa su relato, pero detengámonos en tres aspectos claves: El valor de la amistad, el tiempo de la medianoche y el sentido de los tres panes. Jesús, refiriéndose a sus discípulos, les dice: “Ya no los llamo siervos sino amigos” (…). “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Los discípulos sabían lo que para Jesús significaba ser un amigo. Vale la pena mirar bíblicamente el significado de la medianoche como un símbolo de transición. Recordemos que fue a medianoche que Pablo y Silas oraban y de repente, un terremoto abrió las puertas de la cárcel y los liberó. Cuando Jesús invita a sus discípulos a mantenerse despiertos ya que no se sabe a qué hora regresará el dueño de casa, si a anochecer o a media noche, se asocia siempre el tiempo a una manifestación de Dios. Y el sentido de los tres panes, permite relacionar el sustento diario con la bendición de Dios. Pero, pese a todo esto, continúa Jesús con la parábola y les dice: “Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá”.
El Evangelio de hoy contiene en sí mismo una promesa: “Todo el que pide, recibe, el que busca halla, y al que llama, se le abre”. Creer firmemente que esto es posible, aunque a veces las circunstancias muestren lo contrario, es alimentar el camino de fe personal y comunitario, porque “dichosos los que no han visto pero, aun así, creen”. Para Dios el amor verdadero se concretiza en hechos concretos de caridad, solidaridad, tolerancia y confianza. Entonces, pedir, buscar y hallar son tres verbos que el protagonista de la parábola tiene muy claro: pide al amigo, busca al amigo y halla una respuesta desconcertante: “No me molestes, la puerta ya está cerrada”. Nos puede pasar igualmente a nosotros esta dicotomía en nuestra vida cotidiana con quienes compartimos diariamente: pedimos un favor, buscamos a quien pedirlo y hallamos respuestas que miden la calidad de nuestro amor y el valor de que le otorgamos a una verdadera amistad.
Oh amantísimo Jesús, dígnate permitirme derramar mi gratitud ante ti, por la gracia que me has concedido al entregarme a tu Santa Madre por medio de la devoción del Santo Cautiverio, para que sea mi abogada en presencia de tu majestad y mi apoyo en mi extrema miseria. Amén (San Luis Beltrán)
Hago un favor de corazón, con alegría y prontitud, colocando todo mi empeño en cumplirlo, sin esperar elogios o reconocimientos.
“¿Qué padre entre ustedes, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez?”.
“Nuestra oración, si es valiente, recibe lo que pedimos, pero también aquello que es lo más importante: al Señor” (Papa Francisco).
A diferencia de otros momentos, el evangelio de hoy nos presenta a Jesús que estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, ensénanos a orar”. Nos detenemos en la expresión: “Así como Juan enseñó a sus discípulos”. Y, ¿cómo enseñó Juan a orar? Predicaba y bautizaba a las multitudes en el rio Jordán. Pero Jesús responde: “Cuando oren, digan”, aquí también hay un elemento clave en la oración. Él nos invita a la acción con verbos tan elocuentes al respecto como: decir, hablar, pronunciar. La importancia de la oración vocal en el camino de fe nos permite entablar un diálogo con Dios utilizando nuestra voz y nuestro cuerpo. Hoy, Jesús nos invita a orar así: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que delante nos debe y no nos dejes caer en tentación”. En esta doble súplica: “no nos abandones” y “líbranos”, surge una característica especial de la oración cristiana: Jesus enseña a sus amigos a poner la invocación del Padre delante de todo, incluso, en los momentos donde el maligno hace sentir su presencia amenazante. La oración cristiana es una oración filial: el orante no es ciego y observa claramente el mal, por eso, se aferra a una oración confiada.
La oración del “Padrenuestro” está dirigida también para todos aquellos que se sienten tristes y agobiados por las dificultades de la vida. Nos dice Jesús en el Evangelio de Mateo: “Vengan a mí todos los que están agobiados y fatigados, que yo los aliviaré” (Mt 11, 28). El Papa Francisco, reflexionando sobre la oración del Padrenuestro, dice: “Esta oración se dirige a nuestras relaciones interpersonales, a menudo contaminadas por el egoísmo: pedimos perdón y nos comprometemos a darlo. En los momentos más angustiosos, Dios desciende a encontrarnos en nuestros abismos y en los sufrimientos que salpican la historia”. Aleja, entonces, Padre, el tiempo de la prueba y la tentación.
Señor, Padre Nuestro, no nos dejes caer en la tentación de creer que somos más que los demás. Aparta de nosotros la tentación de la indiferencia frente al dolor de los demás, la tentación del poder, del placer y del tener que oprime a los que están a nuestro alrededor, y líbranos de todo mal. Amén.
¿Qué parte de la oración del Padrenuestro colocaré en práctica hoy?
De la Palabra de Jesús hoy: “No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.
“¡Qué misterio tan tierno y poderoso es poder llamar a Dios: “Abbá, Papá”! El Hijo de Dios nos enseñó esta oración no como una fórmula lejana, sino como el acceso confiado al pecho del Padre. Por ella, descubrimos no solo quién es Dios, sino también quiénes somos nosotros: hijos, y no simplemente criaturas” (Papa León XIV).
Hoy la liturgia tiene un toque especial mariano: es el día de Nuestra Señora del Rosario. El Evangelio nos presenta a dos mujeres que recibieron a Jesús en su casa: las hermanas Marta y María. María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba muy ocupada con los servicios de la casa. Podríamos preguntarle a la María que todos llevamos dentro de nosotros, si colocando atención a las palabras de Jesús, sentimos que nuestra vida cambia. Al contrario, Marta recibió a Jesús en su casa ocupada en muchos asuntos, dispersa y preocupada. Podríamos preguntarle a la Marta que llevamos dentro también de nosotros si esto nos puede pasar también a nosotros: podemos andar corriendo de un lado a otro, pero no darle a Jesús el tiempo que merece. La indiferencia a todo nivel tiene consecuencias en nuestra relación con los demás; a nadie le gusta que estemos entretenidos en alguna cosa o en otra mientras nos están hablando. Tomar conciencia de esta realidad, nos hace más cercanos unos de otros, más tolerantes y nuestra comunicación de vida adquiere un mayor sentido.
En el Catecismo de la Iglesia Católica n. 971 en lo que refiere al culto de la Santísima Virgen, el texto nos recuerda las palabras que María pronunció en el texto de san Lucas: “Todas las generaciones me llamarán Bienaventurada”. La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y en efecto, desde los tiempos más antiguos se venera a la Virgen con el título de “Madre de Dios” bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos los peligros y necesidades.
Señora del Rosario, en el silencio de este día vengo a pedirte paz, sabiduría y fortaleza. Quiero mirar el mundo con ojos llenos de amor, para ser paciente comprensivo dulce y bueno. Ver a tus hijos más allá de las apariencias, como tú mismo lo ves. Cierra mis oídos a toda calumnia, guarda mi lengua de toda maledicencia; que solo los pensamientos que bendicen, moren en mi espíritu. Que sea tan benevolente y tan alegre, que todos aquellos que se aproximen, sientan tu presencia. Revísteme, Madre, de tu belleza, y que a lo largo de este día, yo te revele. Amén.
“Marta, Marta andas inquieta y preocupada por muchas cosas, solo una es necesaria”. En la escucha de la palabra cotidiana, identifico una palabra o frase que me motive a hacer algo por las personas que están a mi alrededor.
“Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 10, 38-42).
“Que también en nuestra vida cristiana oración y acción estén también profundamente unidas. Una oración que no conduce a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, el hermano en dificultad, es una oración estéril e incompleta” (Papa Francisco).
En el Evangelio de hoy, encontramos a un maestro de la ley que le hace una pregunta a Jesús para ponerlo a prueba. ¿Pero, quién es un maestro de la ley en tiempos de Jesús? Es una persona experta en el conocimiento de las escrituras judías, especialmente en la ley de Moisés. Llama la atención la expresión para ponerlo a prueba. La pregunta que le hacen a Jesús gira en torno al mandamiento mayor o primero conforme a la mentalidad judía, pero el Señor ilustra su respuesta con una pregunta y una parábola. En nuestro tiempo, encontramos personas a nuestro alrededor que muchas veces colocan una zancadilla o trampa para hacer caer a otra persona; no solo se hacen preguntas con doble sentido, sino que a veces las actitudes hablan de indiferencia, envidia o exclusión. Ante esta realidad que también le tocó vivir a Jesús, centrémonos en su respuesta y en cómo esa respuesta hoy ilumina nuestro presente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente y a tu prójimo como a tí mismo”. Al maestro de la ley le llamó la atención la palabra “prójimo” en la respuesta que ofrece el Señor; luego, le pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”, a la cual, Jesús le responde contándole una historia que, a la final, determinará recordándole a él y a cada uno de nosotros, que “prójimo” es toda aquella persona que encontramos en el camino de la vida y le ofrecemos con sincero corazón, amor, esperanza, ayuda y calidad de servicio.
San Juan Crisóstomo, doctor y padre de la Iglesia, frente a la justicia, se esforzará por hacerle entender a sus interlocutores la necesidad de buscar un equilibrio entre justicia y caridad, admitiendo que la justicia es la esencia de los mandamientos; y, de otra parte, nos recuerda que los mandamientos se condensan en uno solo: el gran mandamiento del amor. Comentando el salmo 142, el santo doctor de la Iglesia anota que la justicia divina se hace acompañar de la misericordia. La justicia, sin misericordia, no es verdadera justicia, sino crueldad, así como la misericordia, sin justicia, se convierte en estupidez.
Señor Jesús, Divino Maestro, te doy gracias por la lección de amor y misericordia que me diste a través de la parábola del buen samaritano. Ayúdame a ver a los demás no como a unos extraños, sino como a mis hermanos. Amén.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’. Él dijo: ‘El que practicó la misericordia con él’. Jesús le dijo: ‘Anda y haz tú lo mismo’”. ¿Practico la misericordia con mis hermanos de camino?
“El maestro de la ley queriendo justificarse dijo a Jesús: ‘Y, ¿quién es mi prójimo?’”.
“¿Cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión” (Papa León XIV).
En el Evangelio de hoy, los apóstoles le hacen una petición a Jesús: “Auméntanos la fe”. A lo que Jesús responde: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera. Arráncate de raíz y plántate en el mar. Y les obedecería”. La morera o sicomoro es un árbol común en la región de tierra santa; se caracteriza por tener sus raíces profundas lo que hace que la comparación de Jesús de trasplantarlo al mar sea un poco exagerada y difícil de realizar. Pero ciertamente así es la fe: “Todo lo que pidan sin dudar, crean que ya lo han recibido, y se les dará”. Todos los días un acto de fe nos hace crecer espiritualmente y fortalece nuestra vida interior, es decir, nuestro camino espiritual. En la segunda lectura de la Carta de san Pablo a Timoteo que la liturgia de hoy nos ofrece, dice que Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Si creemos firmemente lo que nos dice el Señor cada día en su Palabra, aumentaremos nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad en las pequeñas y las grandes acciones de cada día. Este es realmente el desafío: creer y hacer todo lo que Jesús nos ha mandado. Pero, ¿cómo saber eso? Saquemos un espacio de nuestra jornada para escuchar la Palabra diaria y hagamos lo que sintamos que Jesús nos dice. Solo así, poco a poco, día a día, se santificará nuestra mente, y nuestros pensamientos, sin duda, florecerán y actuarán según la voluntad de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el numeral 26: “Antes de exponer la fe de la Iglesia tal cómo es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los Mandamientos y en la Oración, nos preguntamos, ¿qué es creer? La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida.
Señor, lo que me acontecerá hoy, lo ignoro, pero sé que nada sucederá sin que tú lo hayas previsto y orientado para mi mayor bien: esto solo me basta. Te imploro me concedas la paciencia en medio de mis sufrimientos y la aceptación de tu voluntad sin reservas, admitiendo que todo cuanto tu dispongas, será para tu mayor gloria y mi santificación. Amén.
Hoy me encuentro con una persona con la cual he tenido dificultades y le digo: Creo en ti y en tu camino de conversión.
“Cuando hayan hecho, todo lo que se les ha mandado, digan: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
“La fe no es una cuestión de cantidad, sino de hacer, es decir, de un servicio humilde y constante a los demás, no por obligación o mérito, sino porque es el deber del discípulo de Jesús” (Papa Benedicto XVI).