“El día que se manifieste el Hijo del hombre”
(Lc 17, 26-37))

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

En el evangelio de hoy Jesús nos invita a estar siempre vigilantes y preparados, porque el encuentro definitivo con Él llegará cuando menos lo esperemos. Como en los días de Noé o de Lot, muchos viven distraídos en sus rutinas, sin abrir el corazón a Dios. El Señor nos recuerda que lo más importante no son las cosas materiales ni nuestras seguridades, sino vivir cada día en su gracia y con un corazón libre para responderle. Este Evangelio nos llama a no apegarnos a lo que pasa y a confiar en que quien pierde su vida por Cristo, la ganará para siempre. El verdadero discípulo vive preparado, con el corazón libre y confiado en el Señor.

Reflexionemos:

¿Qué cosas me están distrayendo y no me dejan vivir atento a la presencia de Dios?¿Estoy preparado para recibir al Señor si viniera hoy a mi encuentro?

Oremos:

Jesús Maestro, ayúdame a vivir con un corazón vigilante y confiado. Libérame de los apegos que me alejan de ti. Que cada día de mi vida esté listo para encontrarte. Señor, enséñame a poner mi seguridad en ti y no en lo que pasa. Haz que cada día viva con amor y fidelidad, esperando tu encuentro. Amén.

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“El reino de Dios está en medio de ustedes”
(Lc 17, 20-25)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

Jesús nos enseña que el Reino de Dios no se manifiesta con señales espectaculares, sino que ya está presente entre nosotros cuando acogemos su amor y vivimos según su voluntad. No hay que buscarlo fuera ni en promesas vacías, porque el Reino comienza en el corazón que se abre a la fe, la justicia y la paz. Además, Jesús recuerda que su camino pasa por el sufrimiento antes de la gloria, invitándonos a confiar en Él incluso en medio de las pruebas. Este evangelio nos llama a reconocer y vivir el Reino aquí y ahora. El Reino de Dios ya está en medio de nosotros y crece en los corazones que lo acogen.

Reflexionemos:

¿Cómo descubro la presencia del Reino de Dios en mi vida y en mi comunidad? ¿Estoy dispuesto a vivir con paciencia y fe, aun cuando no entiendo los tiempos de Dios?

Oremos:

Jesús Maestro, abre mis ojos para reconocer tu Reino en mi vida cotidiana. Dame un corazón dispuesto a vivir según tu amor y tu paz. Haz que mi fe permanezca firme en los momentos de prueba. Señor, ayúdame a construir tu Reino con gestos de amor y justicia. Haz que mi vida sea un reflejo de tu presencia en el mundo. Amén.

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“¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?”
(Lc 17, 11-19)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

Este pasaje nos muestra el poder sanador de Jesús y, sobre todo, el valor de la gratitud. Diez leprosos fueron limpiados, pero solo uno —un samaritano— regresó a dar gloria a Dios y agradecer a Jesús. La verdadera sanación no se limita al cuerpo, sino que llega al corazón cuando reconocemos el amor y la misericordia de Dios. Jesús nos enseña que la fe que confía y agradece abre la puerta a la salvación. Este Evangelio nos invita a cultivar un corazón agradecido que sepa reconocer las maravillas que Dios realiza en nuestra vida. La gratitud abre el corazón para recibir plenamente la salvación de Dios.

Reflexionemos:

¿Soy consciente de los dones y milagros que Dios hace cada día en mi vida? ¿Cómo puedo expresar mi gratitud a Dios con mis palabras y acciones?

Oremos:

Jesús Maestro, gracias por tu amor que sana y salva. Enséñame a vivir siempre con un corazón agradecido. Que mi vida sea alabanza y testimonio de tu bondad. Señor, ayúdame a reconocer tus bendiciones cada día. Haz que mi gratitud se traduzca en amor y servicio a los demás. Amén.

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“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”
(Lc 17, 7-10)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

Jesús en el evangelio de hoy nos enseña la humildad en el servicio. Ser discípulos no es buscar reconocimiento ni recompensa humana, sino servir con amor y sencillez porque así lo quiere el Señor. La expresión “siervo inútil” no nos habla que no valemos, sino por el contrario que reconocemos que todo lo que hacemos es gracia de Dios y que nuestra misión es responder a ella con fidelidad y gratitud. Este Evangelio nos invita a vivir sin orgullo ni vanidad, sabiendo que el verdadero premio es la alegría de haber servido al Reino con un corazón humilde. El verdadero discípulo sirve con humildad, sabiendo que todo es gracia de Dios.

Reflexionemos:

¿Sirvo a los demás buscando reconocimiento o lo hago con un corazón humilde?¿Reconozco que todo lo que soy y realizo es don de Dios?

Oremos:

Señor Jesús, enséñame a servir con alegría y humildad. Que todo lo que haga sea para tu gloria y no para mi orgullo. Hazme fiel en lo pequeño y sencillo cada día. Señor, ayúdame a vivir con un corazón humilde y agradecido. Que cada servicio que haga sea expresión de tu amor en el mundo. Amén.

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“Si siete veces en un día vuelve a decirte: ‘Me arrepiento’, lo perdonarás”
(Lc 17, 1-6)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

En el evangelio del día Jesús nos invita a vivir con responsabilidad y amor hacia los demás, cuidando de no ser motivo de tropiezo para nadie, especialmente para los más frágiles en la fe. También nos llama a un perdón sin límites, que no nace de nuestras fuerzas, sino de la fe que nos permite amar como Él, porque si fuera por nosotros mismos seremos medidos en perdonar. Con la imagen del granito de mostaza, nos recuerda que una fe pequeña pero sincera tiene el poder de transformar nuestra vida y la de los demás. Este Evangelio es una llamada a crecer en confianza, perdón y compromiso con quienes nos rodean.

Reflexionemos:

¿Estoy cuidando mis palabras y acciones para no ser motivo de tropiezo para otros?¿Confío en que, con una fe humilde, Dios puede obrar grandes cosas en mi vida?

Oremos:

Jesús Maestro, aumenta mi fe para vivir con confianza y amor. Dame un corazón dispuesto a perdonar siempre. Hazme instrumento de paz y misericordia para los demás. Una fe pequeña pero verdadera puede hacer grandes cosas en nuestra vida. Señor, ayúdame a cuidar de los demás con amor y respeto. Dame la gracia de perdonar y de confiar plenamente en tu poder. Amén.

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“Hablaba del templo de su cuerpo”
(Jn 2, 13-22)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

Hoy el evangelio nos revela a Jesús como el Maestro que nos enseña que el verdadero templo de Dios no es un edificio, sino su propia persona y, por ende, nuestro corazón, que está llamado a ser morada de su Espíritu. Al expulsar a los vendedores, denuncia todo lo que convierte nuestra relación con Dios en un simple negocio o apariencia. Este pasaje es una invitación a revisar nuestra vida interior y dejar que Él purifique aquello que nos aleja de su amor. Con su muerte y resurrección, Jesús nos abre el camino para ser templos vivos donde habita la gracia y la presencia del Padre. Jesús es el verdadero templo y nos llama a ser templos vivos de su amor.

Reflexionemos:

¿Qué actitudes o apegos necesito que Jesús purifique en mi corazón? ¿Reconozco que mi vida es templo donde Dios quiere habitar y manifestar su amor?

Oremos:

Jesús Maestro, limpia mi corazón de todo lo que me aparta de ti. Hazme templo vivo de tu amor y tu paz. Que tu presencia me transforme y dé testimonio de tu luz. Señor, ayúdame a vivir con un corazón limpio y disponible para Ti. Haz que mi vida refleje tu presencia y tu amor en el mundo. Amén.

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“Si no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera?”
(Lc 16, 9-15)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

En el pasaje de hoy Jesús nos recuerda que la verdadera fidelidad se demuestra en lo cotidiano y en lo pequeño. No se trata de acumular riquezas ni de poner nuestra seguridad en el dinero, sino de usarlo con justicia y generosidad, sabiendo que todo lo que tenemos es un don de Dios. Servir al dinero esclaviza el corazón y nos aleja de la verdadera libertad que solo Él nos puede dar. Este Evangelio nos invita a revisar a quién servimos realmente y a vivir con un corazón desprendido, confiando en que lo más valioso es la amistad con Dios y su Reino. No se puede servir a Dios y al dinero; solo en Él está nuestra verdadera riqueza.

Reflexionemos:

¿Qué lugar ocupa el dinero o las cosas materiales en mi vida y en mis decisiones? ¿Cómo puedo ser más fiel y generoso con lo poco que Dios me ha confiado?

Oremos:

Jesús Maestro, enséñame a ser fiel en lo pequeño y a usar con amor lo que me confías. Libera mi corazón de todo apego que me aleje de ti. Señor, dame un corazón sencillo y generoso. Enséñame a usar lo que tengo para amar y servir a los demás. Amén.

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“Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”
(Lc 16, 1-8)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

Jesús nos enseña con esta parábola que debemos ser inteligentes y diligentes en el camino hacia el Reino de Dios. Así como el administrador usa su astucia para asegurar su futuro, también nosotros estamos llamados a usar nuestras capacidades, tiempo y recursos para vivir según el Evangelio y servir a los demás. No se trata de aprobar la injusticia, sino de aprender a actuar con decisión y creatividad para las cosas de Dios. Este texto nos desafía a no vivir con pasividad, sino a comprometernos con inteligencia y audacia en nuestra vida cristiana. Los dones que Dios nos confía deben ser usados con inteligencia y para el bien de los demás.

Reflexionemos:

¿Estoy administrando con sabiduría y generosidad los dones que Dios me ha confiado? ¿Cómo puedo ser más creativo y decidido para vivir y anunciar el Evangelio?

Oremos:

Señor, dame sabiduría para usar bien todo lo que me has dado. Hazme audaz y fiel en mi compromiso contigo y con los demás. Que mi vida sea una administración honesta y generosa de tu amor. Señor, ayúdame a vivir con responsabilidad y creatividad en tu servicio. Haz que todo lo que haga dé fruto para tu Reino. Amén.

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“Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”
(Lc 15, 1-10)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

La Palabra de hoy nos revela el corazón misericordioso de Dios, que nunca se resigna a perder a ninguno de sus hijos. Jesús nos muestra que para el Padre cada persona es única e irreemplazable; por eso busca, espera y se alegra cuando alguien vuelve a Él. No importa cuán lejos nos hayamos alejado: siempre hay fiesta en el cielo por cada corazón que se convierte. Este Evangelio nos invita a experimentar y a reflejar esa misma misericordia, acercándonos a quienes están heridos o perdidos, para recordarles que tienen un lugar en el corazón de Dios. Dios nunca deja de buscarnos y celebra con gozo nuestro regreso a su amor.

Reflexionemos:

¿Siento que Dios me busca y me carga sobre sus hombros cuando me pierdo? ¿Cómo puedo ser instrumento de su misericordia para quienes se sienten lejos de Él?

Oremos:

Señor Jesús, gracias por buscarme y amarme incluso cuando me alejo. Enséñame a acoger con alegría a quienes regresan a ti. Haz que mi vida sea signo de tu misericordia para los demás. Señor, ayúdame a vivir con un corazón compasivo y acogedor. Haz que sea instrumento de tu amor que busca, perdona y abraza. Amén.

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“Aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”
(Lc 14, 25-33)

Permitamos que la Palabra de Dios entre a nuestra vida:

Abramos la reflexión con una pregunta ¿Cómo está tu relación con Jesús? Dependiendo de tu respuesta podrás ver también cómo son tus días, cómo asumes los retos constantes de tu vida. Se es cristiano a partir de una relación personal con Jesús, Hombre y Dios. Jesús nos recuerda que seguirlo no es un camino fácil ni superficial: requiere decisión, renuncia y entrega total. No se trata de abandonar a la familia o despreciar los bienes, sino de amar todo desde Él y con Él, poniendo a Dios en el primer lugar. Tomar la cruz significa asumir con valentía los desafíos y sufrimientos de la vida, confiando en que el Señor camina con nosotros. Este evangelio nos invita a revisar qué apegos, miedos o comodidades nos impiden seguir a Jesús con libertad y a comprometernos con un discipulado auténtico y generoso. Ser discípulo de Jesús es ponerlo en el centro, por encima de todo y de todos.

Reflexionemos:

¿Qué cosas o apegos me cuesta dejar para seguir más de cerca a Jesús? ¿Cómo puedo cargar mi cruz cada día con amor y confianza en el Señor?

Oremos:

Jesús Maestro, enséñame a seguirte sin reservas ni condiciones. Dame la fuerza para cargar mi cruz con amor y esperanza. Que mi vida sea una respuesta generosa a tu llamado. Señor, ayúdame a vivir con desprendimiento y amor. Haz que cada día elija seguirte con decisión y fidelidad. Amén.

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