
El canto del Magníficat nos ayuda a darnos cuenta de que Dios pone su atención, en los pobres. Es un canto de esperanza, de alegría y gratitud a Dios, que fija su mirada en los humildes, en los desfavorecidos en la gente vulnerable. No estamos ante la concepción de un Dios castigador, justiciero, o causante de nuestras desgracias, sino de un Dios lleno de amor, ternura y misericordia. María, mujer sabia, sencilla, pobre y humilde que se reconoce así misma “esclava del Señor”, de quien proclama su grandeza y se alegra porque en ella, ha hecho maravillas. María canta el poder de Dios que derriba a los ricos de sus tronos, enaltece a los humildes y a los pobres, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despides vacíos. Esto es bueno tenerlo en cuenta, porque con el canto del Magníficat, nos puede pasar lo que, con el Padrenuestro, es decir, que nos acostumbramos a cantarlos o rezarlos de manera rutinaria, sin profundizar en la riqueza de su contenido. Si bien el Padrenuestro, más que una oración es un proyecto de vida, el Magníficat, es el canto que reconoce a Dios como Salvador. Es el canto de la acción liberadora de Dios en la historia.
A lo largo de mi vida, ¿cuáles son las maravillas que Dios con su infinita bondad ha obrado en mí?
Gracias, Señor, por todo el bien que obras en mi existencia y en la de quienes me rodean. Gracias porque hoy a la luz de la Palabra, me enseñas que los pobres, humildes y pequeños ocupan un lugar privilegiado en tu corazón, y, por lo tanto, también me invitas a ponerlos en el mío. Amén.
Muchas veces sin darnos cuenta, es más aquello que pedimos a Dios, que lo que agradecemos. Estamos ante una linda oportunidad: tomarnos un momento para poder hacer un examen de conciencia, pero no solo para pedir perdón, sino para ver dónde está Dios en mi vida cotidiana y darle gracias.


