16 de septiembre

Caminando con Jesús

Caminar con Jesús permitió a los discípulos experimentar, de primera mano, la compasión y la gracia de Dios en acción. Caminar con Jesús hoy, no debería ser diferente. Su compasión y su gracia siguen disponibles para quien quiera experimentarlas.

“¡Muchacho, a ti te digo, levántate!”
(Lc 7,11-17)

Un gran profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo. En este evangelio, Lucas nos ofrece una escena reveladora de ternura y compasión de Dios manifestada en Jesucristo. La resurrección del hijo de la viuda de Naín nos revela al Dios compasivo ante el sufrimiento humano y que viene a consolar a su pueblo, poniendo de pie a los cansados, levantando a los caídos, dando vida a los muertos. El sufrimiento es un compañero de camino permanente en la vida. Llámese enfermedad, muerte, flaqueza natural, mal uso de la libertad (indiferencia, injusticia, opresión) es un compañero misterioso. Sabemos que la experiencia de la fe no anula el sufrimiento ni lo explica, pero si nos revela la actitud de Dios frente al sufrimiento humano, y allí nos va manifestando un sentido y una manera de vivirlo. Dios nunca es indiferente ante el sufrimiento, es un Dios con entrañas de misericordia. Cuando de sufrimiento se trata, podemos acogernos a un Dios que tiene experiencia en carne propia, que sufre porque ama y que lucha contra el pecado que tanto hace sufrir a sus hijos. El mensaje central de este pasaje al que nos invita hoy es que veamos en Jesús la revelación de Dios como misterio de compasión y fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente. Esta compasión es hoy más necesaria que nunca.

Reflexionemos:

¿Tengo entrañas de misericordia hacia quienes sufren cerca de mí? ¿Dejo que Dios toque mis propias entrañas, mis heridas profundas?

Oremos:

Señor Jesús. Hoy recordamos tu paso por Naín, tu mirada que sana, tus entrañas que se conmueven, tu palabra que levanta. Enséñame a solidarizarme con el que sufre. Amén.

Actuemos:

El pueblo glorifico a Dios porque vio la compasión en acción. Has hoy un gesto misericordioso pequeño o grande, que sea real y con amor.

Recordemos:

“¡Joven, a ti te digo, levántate!”. Palabra que levanta y devuelve a la vida lo que parecía perdido.

Profundicemos:

¿Creo en un Dios cercano, que siente mi dolor profundamente? o ¿lo imagino lejos, indiferente?

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