9 de octubre

Escucha La Palabra de Dios para cada día

 

Primera Lectura

Lectura de la Profecía de Jonás 1, 1 – 2, 1. 11

Jonás, hijo de Amitai, recibió la Palabra del Señor: “Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama en ella: ‘Su maldad ha llegado hasta mí’”. Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis; pagó el precio y embarcó para nave-gar con ellos a Tarsis, lejos del Señor. Pero el Señor envió un viento impetuoso sobre el mar, y se alzó una gran tormenta en el mar, y la nave estaba a punto de naufragar. Temieron los marineros, e invocaba cada cual a su dios. Arrojaron los pertrechos al mar, para aligerar la nave, mientras Jonás, que había bajado a lo hondo de la nave, dormía profundamente. El capitán se le acercó y le dijo: “¿Por qué duermes? Levántate e invoca a tu Dios; quizá se compadezca ese Dios de nosotros, para que no perezcamos”. Y decían unos a otros: “Echemos suertes para ver por culpa de quién nos viene esta calamidad”. Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás. Le interrogaron: “Di-nos, ¿por qué nos sobreviene esta calamidad? ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres?”. Él les contestó: “Soy un hebreo; adoro al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme”. Temieron gran-demente aquellos hombres y le dijeron: “¿Qué has hecho?”. Pues comprendieron que huía del Señor, por lo que él había declarado. Entonces le preguntaron: “¿Qué haremos contigo para que se nos aplaque el mar?”. Porque el mar seguía embraveciéndose. Él contestó: “Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se les aplacará; pues sé que por mi culpa les sobrevino esta terrible tormenta”. Pero ellos remaban para alcanzar tierra firme, y no podían, porque el mar seguía embraveciéndose. Entonces invocaron al Señor, diciendo: “¡Ah, Señor, que no perezcamos por culpa de este hombre, no nos hagas responsables de una sangre inocente! Tú eres el Señor que obras como quieres”. Levantaron, pues, a Jonás y lo arrojaron al mar; y el mar calmó su cólera. Y temieron mucho al Señor aquellos hombres. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos. El Señor envió un gran pez a que se comiera a Jonás, y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches seguidas. El Señor dio orden al pez, y vomitó a Jonás en tierra firme.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 

Salmo responsorial Jon 2, 3-5. 8

R. Tú, Señor, me sacaste vivo de la fosa.

Invoqué al Señor en mi desgracia y me escuchó; desde lo hondo del abismo pedí auxilio y escuchaste mi llamada / R.
Me arrojaste a las profundidades de alta mar, las corrientes me rodeaban, todas tus olas y oleajes se echaron sobre mí / R.
Me dije: “Expulsado de tu presencia, ¿cuándo volveré a contemplar tu santa morada?” / R.
Cuando ya desfallecía mi ánimo, me acordé del Señor; y mi oración llegó hasta tu santa morada / R.

Aclamación antes del Evangelio (Jn 13, 34)

Les doy un mandamiento nuevo –dice el Señor–: que se amen unos a otros, como yo los he amado.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10, 25-37

¿Quién es mi prójimo?

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”. Él contestó: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida”. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: ‘Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta’. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”. Le dijo Jesús: “Anda, haz tú lo mismo”.

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

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