“El santuario del que Él hablaba, era su cuerpo”
(Jn 2, 13-22)
Hoy conmemoramos la Dedicación de la Basílica de Letrán, ocasión especial para recordar, que cada uno de nosotros es templo, morada de Dios. El evangelio narra como Jesús expulsa del templo a los vendedores y a los comerciantes. Escena que nos permite percibir la reacción violenta que Jesús tiene hacia ellos, al ver que la casa de su Padre la han convertido en un mercado y en un negocio. A la luz de esta realidad, Jesús nos llama a revisar la manera en la que como templos vivos de Dios nos comportamos. Así mismo, nos exige dignidad y respeto frente a las cosas de su Padre. Al tener esta conciencia, podremos testimoniar que lo verdaderamente importante en nuestra experiencia de fe, es aquello que cultivamos en nuestro interior y reflejamos en las relaciones que vivimos con nuestros hermanos. Que iluminados por el sentido de esta fiesta, logremos ser más responsables y cuidar de manera adecuada la vida que el Señor nos regala.
Reflexionemos: ¿Me siento templo del Espíritu santo? ¿Llevo una vida coherente con la fe que profeso? El Señor me motiva a vivir dignamente como hijos de Dios, cuidar y respetar de la vida como don de Dios.
Oremos: Señor Jesús, que pueda reconocer tu presencia en mi vida, sentirme templo vivo del Espíritu Santo y digno hijo de Dios. Que cada día aprenda a valorar y respetar el don de la vida que tú me das. Amén
Actuemos: Estamos invitados a cuidar y respetar la vida, vivir dignamente siendo coherentes con nuestra fe.
Recordemos: “El santuario del que Él hablaba, era su cuerpo”.
Profundicemos: “La vida es un tesoro precioso, pero solo lo descubrimos si lo compartimos con los demás.”
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