“Hablaba del templo de su cuerpo”
(Jn 2, 13-22)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El templo de Jerusalén era el lugar sagrado más importante de Israel. Pero Jesús no se deja impresionar por la riqueza ni el poder de aquella institución. Su conciencia crítica lo lleva a desenmascarar los intereses económicos que habían llegado a prevalecer allí. Su acción no es un simple arrebato de ira, sino un gesto profético, similar a los antiguos profetas que habían denunciado la injusticia y abogaban por una verdadera religión. Expulsando a los mercaderes, Jesús reprueba la vil corrupción de usar a Dios para obtener ganancias y oprimir a la gente. El templo, la religión –en general–, no puede dividir a las personas generando privilegios y poderes indefendibles. Sabemos que cada ser humano es “templo del Espíritu Santo” y hay muchos hombres y mujeres cuyos templos están siendo profanados con todo tipo de abusos morales y físicos. Pidámosle al Señor que también expulse de nosotros los hábitos de pecado, nuestros vicios y todo aquello que no nos permite acogerle como Él merece.
Preguntémonos: ¿Me siento templo vivo del Espíritu Santo?
Oremos: Señor Jesús, expulsa de mi corazón todo deseo de codicia, poder y vanidad que no me permitan darte el primer lugar en mi vida. Ayúdame a reconocer que el Espíritu Santo habita en mí, y me hace templo vivo de tu presencia. Amén.
Reflexionemos: “No pueden servir a Dios y al dinero”. Hoy el dinero concentrado a nivel mundial en pocas manos, es cada vez más deshumanizante, y generador de pobreza y hambre en la inmensa mayoría de nuestras poblaciones.
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