09 de agosto

Caminando con Jesús

Caminar con Jesús permitió a los discípulos experimentar, de primera mano, la compasión y la gracia de Dios en acción. Caminar con Jesús hoy, no debería ser diferente. Su compasión y su gracia siguen disponibles para quien quiera experimentarlas.

“Si tuvieran fe, nada les sería imposible”
(Mt 17, 14-20)

La escena que el evangelista nos relata en el Evangelio de hoy es conmovedora. Un padre, desesperado por su hijo, se postra ante Jesús buscando ayuda. Los discípulos han intentado sanar al muchacho, pero no lo logran. Jesús responde con palabras que ciertamente nos incomodan: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con ustedes?”. No es un grito de rechazo, sino un lamento de amor herido, un clamor por una fe que sea más profunda, más auténtica. A veces buscamos a Jesús como si fuera un médico en urgencias o un milagroso sanador que actúa cuando todo lo demás falla. Pero Él no vino a ser un curandero. Vino a sanar nuestro corazón. Los milagros físicos obviamente sí son señales, pero que apuntan a algo mucho más alto que la sanación física: a una vida nueva en Dios. Cuando Jesús reprende a la multitud y a sus propios discípulos, lo hace porque siente que les falta esa fe que no solo consiste en creer en Él, sino en creerle a Él. Dios nos invita a una fe que no solo se active cuando haya alguna necesidad, sino que viva permanentemente. El texto concluye con una enseñanza clave: “Si tienen fe como un grano de mostaza…”. Es decir, no se necesita una fe perfecta, sino una fe real, viva, sencilla. Lo que los discípulos no pudieron obrar no fue por falta de poder, sino por ausencia de oración, de comunión. Jesús podría preguntarnos hoy: “¿Dónde está tu fe? ¿Dónde está esa oración que me busca más allá del milagro?”.

Reflexionemos:

Tómate un momento en silencio y luego pregúntale a Jesús: “¿Qué parte de mi corazón necesita ser sanada?”.

Oremos:

Señor Jesús, a veces vengo a ti esperando un milagro exterior, pero tú me invitas a abrir mi alma. Sana primero mi corazón herido, llénalo de tu presencia, de tu amor, para que incluso, en medio de la enfermedad o el dolor, pueda levantar mis ojos y decirte: ¡Tú eres suficiente para mí! Hazme fiel en la fe, constante en la misión y humilde para reconocerte como mi Salvador. Amén.

Actuemos:

Reflexiono en lo siguiente y lo coloco en práctica: No es necesario hacer grandes gestos para transformar vidas. Muchas veces, un consejo sincero, un gesto de bondad o el testimonio de una vida vivida con fe pueden ser suficientes para sanar corazones y acercar almas a Dios.

Recordemos:

“Cuando vivimos según el Evangelio, nos convertimos en puentes de esperanza para quienes nos rodean, llevando paz a los que sufren, aliento a los que dudan y consuelo a los que necesitan amor. Cristo cuenta con nosotros para continuar su misión en el mundo, para que su luz no se apague y su mensaje siga iluminando generaciones” (Papa Francisco).

Profundicemos:

Jesús me invita a confiar plenamente en el poder de la fe, utilizando dos imágenes llenas de significado: el grano de mostaza y la montaña. Me recuerda que, aunque mi fe parezca pequeña, como un diminuto grano de mostaza, tiene el potencial de crecer y transformarse en algo grande y fuerte como la montaña.

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