En aquellos días, todavía de noche, se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía. Y Jacob se quedó solo, un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él. El hombre le dijo: “Suéltame, que llega la aurora”. Jacob respondió: “No te soltaré hasta que me bendigas”. Él le preguntó: “¿Cómo te llamas?”. Contestó: “Jacob”. Le replicó: “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con hombres, y has vencido”. Jacob, a su vez, preguntó: “Dime tu nombre”. Respondió: “¿Por qué me preguntas mi nombre?”. Y le bendijo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues se dijo: “He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo”. Cuando atravesaba Penuel salía el sol y él iba cojeando del muslo. Por eso los hijos de Israel hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.
L: Palabra de Dios
T: Te alabamos, Señor
R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño / R.
Emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche; aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí / R.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha / R.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante / R.
“Yo soy el Buen Pastor –dice el Señor–, que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen”.
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos”
En aquel tiempo, le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló. La gente decía admirada: “Nunca se ha visto en Israel cosa igual”. En cambio, los fariseos decían: “Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
S: Palabra de Dios
T: Gloria a ti, Señor Jesús