Cuanto peligro hay en esas actitudes de silencio que atormentan nuestra vida y nos hunden en la oscuridad del odio, la soberbia, el orgullo, la prepotencia, la crítica destructiva o la depresión. En el Evangelio de hoy lo primero que se nos dice es que le llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló. En este nuevo milagro, podemos contemplar el poder liberador de Jesús; el mal nos aísla, cuando en el corazón hay rencor o sentimientos adversos callamos, enmudecemos, no somos capaces de expresar amor o tejer relaciones de amistad, afecto o cariño hacia el otro, sino que nos distanciamos y cortamos toda comunicación. En nuestra vida cotidiana es importante acercarnos a la persona de Jesús, experimentar su misericordia que nos abre a la verdad y nos da la libertad para poder dar lo mejor de nosotros mismos. La gente decía admirada: “Nunca se ha visto en Israel cosa igual”. En cambio, los fariseos decían: “Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús es el Dios de la vida y, por tanto, en Él encontramos todo el amor de Dios Padre. Un amor abierto que se hace don para toda la humanidad, por eso Jesús recorría todas las ciudades, proclamando el Evangelio, sanando y liberando a las personas de todos sus males.
Para Jesús cada ser humano es importante por eso al contemplar a la muchedumbre se apropia de su dolor y, como buen pastor, no nos abandona, sino que nos enseña a confiar en la misericordia divina y a mantener la comunión en la oración. Preguntémonos en el día a día: ¿Dejo que la fuerza del amor oriente mis acciones o por orgullo me niego a expresar los buenos sentimientos que guardo en mi corazón?
Seño Jesús, abre mis labios para hablar con la verdad; que mi fe esté respaldada por mis acciones de bondad, perdón y misericordia que brotan de un corazón agradecido. Amén.
Realizo un examen de conciencia al concluir mi jornada.
Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
“Triste espectáculo: el pueblo de Cristo errante sobre las colinas ‘como ovejas sin pastor’ en lugar de buscarlo en los lugares que siempre frecuentó y en la morada que estableció, se atarea en proyectos humanos, sigue a guías extranjeros y se deja cautivar por opiniones nuevas, se convierte en el juguete del azar o del humor del momento y es víctima de su propia voluntad” (San John Henry Newman).