Vemos hoy en el Evangelio como el seguimiento de Jesús se concretiza de distintas maneras. En este contexto dinámico del camino, san Lucas nos habla sobre el lugar que debe ocupar Jesús en nuestra vida y lo que implica seguirle. Los dos ejemplos que emplea Jesús son diferentes, pero su enseñanza es la misma; el primero el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin tener en cuenta medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando. Tampoco un rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será una muerte. Vemos a primera vista como Jesús nos está invitando a un comportamiento prudente. Seguir a Jesús es enfrentarse con adversarios del Reino de Dios y su justicia, y para ello es necesario ser lucidos, responsables y decididos. Es un error pretender ser discípulos de Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas que encierra seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para ello. El Evangelio que nos propone Jesús es una manera de construir la vida, es algo ambicioso, capaz de transformar nuestra existencia. Por tanto, el seguimiento de Jesús siempre requiere de discernimiento. Este nos permite sopesar y elegir los caminos por los que Él nos llama. También nos permite aprender a medir nuestras fuerzas. Nuestro trabajo como seguidores de Jesús será el de discernir cada momento. La invitación del Evangelio de hoy es saber calcular y a tener valentía de escoger.
¡Que importante es conocerse uno mismo y calcular las propias fuerzas!
Señor, Jesús, gracias por invitarme al banquete de tu Reino. No permitas que me niegue a tu llamado. Quiero responder con prontitud a tu invitación. Amén.
Seguir a Jesús no es emoción de momento, es una construcción diaria de fe, oración, servicio, perseverancia.
“El que no carga con su cruz para seguirme, no puede ser mi discípulo”.