Hoy la liturgia tiene un toque especial mariano: es el día de Nuestra Señora del Rosario. El Evangelio nos presenta a dos mujeres que recibieron a Jesús en su casa: las hermanas Marta y María. María, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba muy ocupada con los servicios de la casa. Podríamos preguntarle a la María que todos llevamos dentro de nosotros, si colocando atención a las palabras de Jesús, sentimos que nuestra vida cambia. Al contrario, Marta recibió a Jesús en su casa ocupada en muchos asuntos, dispersa y preocupada. Podríamos preguntarle a la Marta que llevamos dentro también de nosotros si esto nos puede pasar también a nosotros: podemos andar corriendo de un lado a otro, pero no darle a Jesús el tiempo que merece. La indiferencia a todo nivel tiene consecuencias en nuestra relación con los demás; a nadie le gusta que estemos entretenidos en alguna cosa o en otra mientras nos están hablando. Tomar conciencia de esta realidad, nos hace más cercanos unos de otros, más tolerantes y nuestra comunicación de vida adquiere un mayor sentido.
En el Catecismo de la Iglesia Católica n. 971 en lo que refiere al culto de la Santísima Virgen, el texto nos recuerda las palabras que María pronunció en el texto de san Lucas: “Todas las generaciones me llamarán Bienaventurada”. La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y en efecto, desde los tiempos más antiguos se venera a la Virgen con el título de “Madre de Dios” bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos los peligros y necesidades.
Señora del Rosario, en el silencio de este día vengo a pedirte paz, sabiduría y fortaleza. Quiero mirar el mundo con ojos llenos de amor, para ser paciente comprensivo dulce y bueno. Ver a tus hijos más allá de las apariencias, como tú mismo lo ves. Cierra mis oídos a toda calumnia, guarda mi lengua de toda maledicencia; que solo los pensamientos que bendicen, moren en mi espíritu. Que sea tan benevolente y tan alegre, que todos aquellos que se aproximen, sientan tu presencia. Revísteme, Madre, de tu belleza, y que a lo largo de este día, yo te revele. Amén.
“Marta, Marta andas inquieta y preocupada por muchas cosas, solo una es necesaria”. En la escucha de la palabra cotidiana, identifico una palabra o frase que me motive a hacer algo por las personas que están a mi alrededor.
“Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 10, 38-42).
“Que también en nuestra vida cristiana oración y acción estén también profundamente unidas. Una oración que no conduce a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, el hermano en dificultad, es una oración estéril e incompleta” (Papa Francisco).