7 de agosto

“Mujer, qué grande es tu fe”

(Mt 15, 21-28)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

La fe es un don y una gracia que debemos cultivar, y también pedir al Espíritu Santo, que nos mueva en esa búsqueda constante de descubrirnos hijos dignos y amados de Dios.

Hoy en el evangelio de Mateo nos encontramos con una escena de fe bellísima, en la cada uno de nosotros puede ubicarse, ya que el texto nos habla de una mujer cananea que acude a Jesús llevando en su corazón la angustia y dolor de una madre que grita: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. El autor sagrado nos dice que esto aconteció en territorio pagano, en la región de Tiro y Sidón. Es una mujer extranjera, que no pertenece al pueblo de Israel. En un primer momento da la impresión que a Jesús no pareciera importarle la súplica de la mujer que sigue tras Él, entonces intervienen los discípulos para pedirle que la atienda: Él les contestó: “Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Y aquí hay una actitud que llega profundamente al corazón, la mujer se acerca y se postra ante Él y le dice: “Señor, ayúdame”. Esa capacidad de confiar en Jesús, de doblar las rodillas ante Él sabiendo que sin Dios nuestra vida es nada. Luego el diálogo que prosigue nos hace palpitar con mayor fuerza el corazón: Él le contestó: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Ante las objeciones de Jesús, la mujer no desiste, sino que con mayor fuerza deja ver su fe: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Así Jesús públicamente elogia la fe de la mujer y obra el milagro, nos hace entender que la salvación es un don abierto para todos. A cada uno nos corresponde abrir el corazón, confiar en Dios y permitir que la fe florezca con gestos concretos de amor.

 

Preguntémonos: ¿Me atrevo a acercarme al Señor con la fe de la mujer cananea para acoger no las migajas, sino la plenitud del amor de Dios que me ofrece a manos llenas en el banquete de su Reino?

       

Oremos: Haz, Señor, que llegue a ti con un corazón suplicante y transparente, capaz de reconocer en profundidad mis heridas, pero con la certeza de que solo tú presencia y gracia puede sanar mi dolor. Amén.

 

Actuemos: Trabajar por un crecimiento personal en la fe y llevar a otros al conocimiento de Dios.

 

Recordemos: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.

 

Profundicemos: Cuando tenemos fe, el Señor obra milagros. Es importante saber reconocer la divinidad de Dios Padre Creador y que nosotros somos sus creaturas, por tanto todo lo esperamos de Él.

 

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